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Un soldado en cada hijo… ¿para defender a los narcos?

Por José Guillermo P.H.

La retórica patriótica es un arma de doble filo a la que se recurre con frecuencia cuando la realidad no se acomoda a los intereses gubernamentales. La presidenta Claudia Sheinbaum la ha blandido al invocar el Himno Nacional -«un soldado en cada hijo te dio»- como respuesta a la posibilidad de una intervención estadounidense contra los cárteles. Su defensa de la soberanía es, en la superficie, una postura irreprochable.


Sin embargo, bajo la pátina nacionalista la verdad emerge. La amenaza hipotética no es contra el Estado mexicano, sino contra las organizaciones criminales que son, de hecho, la violación más flagrante y cotidiana de nuestra soberanía. Son ellas las que controlan territorios, imponen su ley y desafían al gobierno.


La proclama de un “México libre y soberano” se disuelve ante la evidencia de un territorio fragmentado. La libertad no es un derecho garantizado por el Estado, sino un privilegio otorgado -o negado- por los poderes criminales que en la práctica dictan la ley en amplias regiones del país, dejando la pregunta en el aire: ¿libre y soberano para quién?


En un gesto patriotero, la arenga presidencial sitúa al ciudadano ante un dilema absurdo: si un campamento del narco fuera atacado, ¿se esperaría que el pueblo tomara las armas para defender a quienes secuestran, torturan, asesinan y aterrorizan a ciudadanos inocentes?


La soberanía no es un concepto abstracto que se defiende con discursos; se ejerce garantizando la seguridad de los ciudadanos frente a la amenaza real, que es interna.


Contemplar siquiera una confrontación de esa magnitud exige una desconexión pasmosa de la realidad. Basta con observar la catástrofe en Ucrania: una nación que, para sobrevivir a la invasión, depende de un torrente incesante de armamento sofisticado provisto por la totalidad de las potencias occidentales. México, en cambio, partiría de una precariedad absoluta.


Su ejército, concebido para la seguridad interior, carece de la doctrina y el material para un conflicto tan asimétrico. Y a diferencia de Ucrania, -que además poseía un vasto arsenal dela era soviética- ¿Quién le proveería armamento a México?


Es precisamente esta deliberación sobre lo absurdo, este coqueteo ocioso con la inmolación nacional, lo que delata el delirio del discurso oficial. Antes de convocar a una guerra quimérica, el gobierno tiene una obligación: ganar la real. De lo contrario, la pregunta seguirá suspendida en el aire, cáustica y perturbadora: ¿para quién,exactamente, se está pidiendo defender la plaza?