“Un gato negro en Palacio”
Por Irene Escobedo
Mi versión de Blancanieves o Lo que el viento se llevó
Érase una vez un rey que se casó con una mujer bella y gentil. La segunda esposa del rey, la nueva reina, realmente era muy culta pero poco a poco se reveló como osada y desdeñosa. Solía colorear cuadros pomposos de su marido el rey, y por supuesto que hacía pinturas para los fisgones del reino a quienes dibujaba con trazos irreverentes.
Para persuadir a todos en el reino, la Reina usó tres diferentes disfraces: En primer lugar se caracterizó de modestia y sencillez. La segunda vez decidió por un vestido juicioso pero prudente. Por último, la reina se disfraza como una anciana malcriada y le lanza a la cara, toda la canasta de manzanas a la pobre Blancanieves, pues trigueña no era la princesa.
Cuando se da cuenta de que tal impertinencia eclipsó el gran evento del rey, la reina se sorprende y trata inútilmente de pasar desapercibida, esfumando todo lo que había pintado tan imperiosamente. Su desconsideración se divulgó más allá de las fronteras del reino. Los súbditos, comenzaron a pregonar tan arriesgada audacia; habían desenmascarado a la reina y dicen los que la vieron que tenía nariz grande y hasta un gato negro en el palacio.
Moraleja:
La imagen de la consorte reclama siempre sutileza. Una conducta prudente y decorosa de los de allá arriba, por el bien propio la agradeceríamos todos en este reino racional.
“Las grandes mentes discuten las ideas; las mentes promedio discuten los eventos; las mentes pequeñas discuten con la gente”, Eleanor Roosevelt.
Fotografía: Cuartoscuro