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Poética del detalle

Por Priscila Sarahí Sánchez Leal

En la era de la prisa lo fugaz se impone sobre lo contemplativo, de ahí que el detenerse en los detalles pueda ser un acto de resistencia, frente al ritmo acelerado de la cotidianidad. El detalle -palabra que significa cortar o fragmentar- más allá de ser una porción mínima de un todo, es un todo que se revela y se esconde en un pequeño fragmento.

Es en el detalle en donde aparece una sutil forma de conocimiento que sólo es visible ante una mirada atenta, que se permite a ratos andar despacio, observar, contemplar, incluso sentir, aquello que le rodea.

Para Charles Baudelaire, el genio no era otra cosa que la infancia recobrada a voluntad y, quizá, dicha infancia radique en la capacidad de maravillarse al presenciar lo diminuto o, en palabras de Gaston Bachelard, la miniatura:

Cuanto más grande sea mi habilidad para miniaturizar al mundo, más lo poseo. Pero de paso hay que comprender que en la miniatura los valores se condensan y se enriquecen. No basta una dialéctica platónica de lo grande y de lo pequeño para conocer las virtudes dinámicas de la miniatura. Hay que rebasar la lógica para vivir lo grande que existe dentro de lo pequeño.

En la textura de las plantas, las grietas de un muro, el pliegue de una tela, en un pequeño gesto o una palabra deviene todo un universo, en donde el detalle es el que forja una experiencia estética y sublime.

En la literatura el detalle es casi un territorio sagrado, por ejemplo, Marcel Proust construyó su obra monumental, En busca del tiempo perdido, a partir del aroma y sabor de una magdalena, mojada en el té, y el recuerdo que esto despierta en el protagonista.

En “El Aleph”, Jorge Luis Borges visualiza el infinito en un punto minúsculo, que se encuentra en el sótano de una casa en Buenos Aires, y en ese pequeño punto, de dos o tres centímetros de diámetro, se puede contemplar el Todo, desde todas las perspectivas posibles.

Ni en la vida ni en el arte el detalle es un mero accesorio, sino que es ahí donde pareciera encontrarse el espíritu de las cosas, de las ideas y la imaginación. “El detalle de una cosa puede ser el signo de un mundo nuevo, de un mundo que, como todos los mundos, contiene los atributos de la grandeza.”

Sin embargo, la actualidad parece rendir culto a lo opuesto, aquello que es demasiado general, rápido y reproducible. En un entorno digital, las imágenes se consumen en segundos, las palabras se deslizan con el dedo y apenas se leen, la atención se pierde entre el ruido, además, no queda tiempo para detenerse ante las pequeñas cosas.

La poética del detalle tiene la potencia de ser una rebelión silenciosa, observar más lentamente las cosas, prestar mayor atención a las palabras, los trazos que hay alrededor y buscar, en la cotidianidad, sumergirse en todo aquello que, pese a estar ahí, se nos ha vuelto imperceptible.

Reconfigurar una mirada más artesanal del mundo y buscar, en lo pequeño, lo inmenso, es una forma bella de desafiar al sistema. Así como Walter Benjamin escribió que el aura de la obra de arte se desvanece cuando se la priva de su aquí y ahora, acaso el detalle es la última trinchera de esa aura casi perdida.

Es preciso devolverle al objeto, al individuo y a la vida misma su singularidad y hacerle frente a la masa de lo idéntico, que se desborda sin miramientos. Es por ello que resulta tan necesario volver la mirada hacia lo que suele pasar inadvertido, ahí donde, quizá, se encuentre la grandeza del mundo.

1- Bachelard, Gaston, La poética del
espacio, p. 217. Fondo de Cultura
Económica, México, 2020.
2- Idem, p. 223.