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No son cifras, son personas

Por Alejandro Murillo; psicólogo clínico

Cada 40 segundos una persona muere por suicidio. Eso equivale a casi un millón de muertes al año. Y por cada vida perdida, existen al menos 20 intentos más que no llegaron a consumarse.


Pero es importante recordar que no hablamos de cifras: hablamos de personas. Hijos, padres, hermanos, amigos. Personas a quienes las circunstancias biológicas, sociales, culturales y/o psicológicas las llevaron a tomar una decisión que nadie trae consigo al nacer. Nadie nace odiando la vida; esa decisión se va construyendo poco a poco.


Primero surge como una idea pasajera, después se convierte en un pensamiento recurrente. Más tarde aparece la planeación, luego el intento y, en el peor de los casos, el suicidio consumado. Sin embargo, incluso quien sobrevive a un intento enfrenta otra dura carga: el estigma. A las heridas emocionales que ya lo llevaron hasta ahí, se suma ahora el peso de ser señalado por “haber intentado quitarse la vida”.

Y es aquí donde radica uno de los grandes problemas: el estigma que rodea al suicidio.


A raíz de la pandemia se habló más de salud mental y de la importancia de atenderla, lo cual fue un avance. Pero muchas veces el discurso no se traduce en acciones. Todavía persisten prejuicios: ir al psicólogo o al psiquiatra sigue viéndose como un signo de debilidad o locura. Nada más alejado de la verdad. A terapia no van los débiles ni los “locos”; van los valientes que deciden enfrentar lo que otros prefieren ignorar, quienes buscan cambiar su vida y mejorar cómo se sienten.

Si realmente queremos cambiar las estadísticas sobre suicidio, necesitamos cambiar la forma en que vemos la salud mental. Hablar de depresión, de ansiedad o de suicidio no debe ser un tabú. Ir a terapia no debe ser un motivo de vergüenza, sino un acto de cuidado personal y de valentía.

El suicidio no debería ser un tema exclusivo del sistema de salud ni recordarse solo en fechas conmemorativas. Es un asunto que nos compete a todos. No solo a los psicólogos o psiquiatras: también a familiares, amigos, compañeros de trabajo, maestros y parejas. Todos podemos hacer algo. Reconocer señales de auxilio, escuchar sin juzgar, brindar un hombro, una mano o un abrazo. Porque la depresión y el sufrimiento tienen muchas caras, y el silencio solo agrava el problema.

La prevención del suicidio es tarea de todos, todos los días del año.