Medicina y gozo
– Antonio Sánchez González, médico.
Como médico, me molesta el hecho de que con la reforma del sistema de salud que de facto ocurrió con el advenimiento de las farmacias que tienen como apéndice un consultorio médico ha hecho que mi profesión se vea como si fuera solo un negocio, esencialmente una mercancía. Mientras crecía en una pequeña ciudad donde viví mi infancia, yo era el hijo mayor de un comerciante que silenciosamente deseó ser médico. En este pueblo supe de cirujanos que atendían a decenas de personas en su mayoría pobres y que operaban casos tan diversos como cataratas, cirugías abdominales, ginecológicas e incluso algunos tipos de neurocirugía. El poder, el respeto y la gratitud que recibían aquellos médicos era la fuerza impulsora de largas y gratificantes carreras en medicina que se prolongaban hasta que la imposibilidad física las interrumpía. Parecía que ninguna remuneración monetaria era superior a la satisfacción profesional.
Mi padre me animó a obtener educación en sitios donde él creía que estaban los mejores recursos e instalaciones de atención médica. Como niño en una tienda de golosinas, me convertí fácilmente en parte de lo que percibí como un sistema perfecto en el que podía ordenar aparentemente cualquier prueba o procedimiento médico en interés del paciente. A mediados de los ochenta, con el repertorio de conocimientos médicos adquiridos recientemente, esto parecía un nirvana profesional.
Casi tres décadas después, veo decepción y frustración en el medio médico. ¿Por qué, me pregunto, escasea la relación gratificante entre médicos y pacientes que tenían los médicos en ejercicio durante mi infancia? ¿Por qué los médicos jóvenes parecen no sentir alegría interior en su trabajo?
La política de «recompensas y castigos» que es sello distintivo del sistema de mercado libre occidental recompensa a los médicos por ver más pacientes (como quien contrata otros servicios profesionales por horas) y por hacer más a los pacientes (más procedimientos quirúrgicos y otras intervenciones). En consecuencia, los médicos jóvenes se ven presionados para ver a más y más pacientes en la misma cantidad de tiempo. No debería sorprendernos que tales encuentros se parezcan más a transacciones comerciales en lugar de interacciones ricas e intensamente humanas que potencialmente resultan en enormes satisfacciones para ambas partes.
Y mientras en todos lados se desarrollan sistemas que pretenden cambiar el foco de recompensas de «volumen» a «valor» por el trabajo hecho, en el caso de la Medicina persiste la noción de que la prestación de la atención médica puede no ser más que una mercancía. Y, cuando la prestación de servicios se convierte en mercancía se extingue la motivación intrínseca, disminuye el rendimiento, se aplasta la creatividad, se deja de apreciar el buen trato, se alienta el engaño y comportamientos poco éticos y se fomenta el pensamiento a corto plazo.
Posiblemente, todo lo anterior se nota más con la asistencia sanitaria en general y con el trabajo médico en particular. Esta “reforma de salud”, aparentemente nueva, es una variación de la manifestación de los dos impulsores de la motivación humana: recompensa y castigo (el primero es impulso puramente biológico, como el hambre, sed y sexo). En el caso del cuidado de la salud se necesita algo más de conciencia.
En 1949, Harry F Harlow, describió un tercer impulso, la motivación intrínseca, la alegría de la tarea en sí misma: para las tareas más complejas (¿qué podría ser más complejo y humano que la práctica de la medicina?), la motivación intrínseca es mucho más poderosa que cualquier otra. La clave de este motivador es el propósito. La gente más motivada, más productiva y satisfecha, engancha sus impulsos a una causa más grande que ellos mismos. En otras palabras, los incentivos económicos por sí solos no hacen que los individuos realicen mejor las tareas complejas.
No soy ingenuo con respecto a la realidad económica de la prestación de servicios de salud. Sin embargo, debemos encontrar modelos que devuelvan la alegría como recompensa para los profesionales de la salud: a los médicos que parecen haber perdido la fuerza motriz más poderosa: el propósito.