Las instituciones, por encima de las personas
Jaime Santoyo Castro
A principios de la década de los 90’s siendo el que esto escribe diputado a la Legislatura del Estado, un elemento de la Policía Federal mató imprudentemente a un joven a la entrada de la ciudad de Juchipila, lo que motivó un álgido reclamo de justicia de los diputados, que rápidamente acordamos citar al Procurador y pedimos que se invitara al Comisario de la Policía Federal para que explicara las circunstancias del caso.
Enterado de nuestras exigencias, el Gobernador Genaro Borrego, nos invitó a dialogar y coincidiendo con nosotros, nos recomendó respetuosamente que fuéramos exigentes con el responsable, pero que fuéramos cuidadosos en el trato a la institución. Nos hizo ver que los errores, fallas, descuidos, negligencias o hasta las conductas intencionalmente dañosas de los servidores públicos, debían ser denunciadas con firmeza para que se castigara al o los responsables, pero que no se dañara el prestigio de las instituciones, porque ello socava la confianza ciudadana y lacera la función en general de las áreas encargadas de gobernar.
Este diálogo con el Gobernador, su defensa apasionada de las instituciones nacionales, nos dejó claro que todos debemos cuidar, proteger y aún más, acrecentar, el prestigio de las instituciones que deben estar siempre por encima de cualquier persona o interés, porque son la estructura, el andamiaje por el que transita la vida diaria de todos los mexicanos, sin diferencia de raza, credo o ideología.
Lamentablemente con frecuencia, producto de la emoción por servir o por ayudar, o simplemente por quedar bien, o a veces de mala fe, se daña la buena fama de las instituciones y se deja a salvo el “prestigio” de muchos de los servidores a quienes se les debía de dirigir la crítica o la exigencia.
No es adecuado defender a las personas poniendo como escudo a las instituciones. Cuando se señala el inadecuado proceder de quien ocupa una posición relevante en una institución, debe aclararse que no se trata de un ataque a esa institución. El señalamiento puede ser producto de la necesidad, precisamente, de velar por la institución de que se trate, por su limpieza, por su prestigio, por su continuidad.
Del mismo modo no ataca sino defiende una institución el que acusadoramente señala a quienes verdaderamente la dañan en y desde dentro con un inadecuado proceder.
Tampoco es adecuado dañar a la institución omitiendo dirigir las críticas a la o las personas responsables. Quien ataca a las instituciones está poniendo por encima de ellas sus aviesos intereses personales.
Es un hecho, sin embargo, que quienes desempeñan alguna función institucional, cuando sufren alguna grave crítica de cualquier tipo, apelan, para rechazarla y defenderse, al honor, al prestigio, a la historia, etc. de la institución a la que sirven, sin considerar que la institución no borra ni encubre, pero sí sufre los “pecados” de quienes la sirven.