La herida y el arte en Terraza en Roma
Por Priscila Sarahí Sánchez Leal
La novela Terraza en Roma (2000), de Pascal Quignard, gira en torno a la vida y obra de Meaume, un grabador francés del siglo XVII, quien es atacado con ácido en su rostro, lo cual definirá el resto de su vida y transformará el eje simbólico de la obra.
El relato, fragmentario en todo momento, es una especie de meditación sobre el arte, la memoria y la herida, siendo ésta última tanto física como espiritual. A partir del incidente con el ácido, hay una clara escisión entre la concepción de la belleza ideal y la imperfección humana.
La vida de Meaume, quien era considerado un joven bello y talentoso, es trastocada abruptamente y su nuevo camino se convierte en una búsqueda silenciosa, que lo lleva de Francia a Roma, lugar en donde intenta reconstruirse bajo el nombre latinizado de Meaumus, siguiendo la costumbre de los artistas de su tiempo.
Cabe señalar que en Francia, Meaume se enamora de Nanni, con quien vive un amor intenso, aunque breve, ya que ella está comprometida con un hombre que, al descubrirlos, es quien le desfigura el rostro a Meume y pretende matarlo, por lo que él se traslada a Roma.
Como es evidente, la nueva identidad no borra la marca, sino que define su nueva forma de estar en el mundo y su concepción del arte. La herida representa, al mismo tiempo, el alma desgarrada del joven artista.
Roma funciona como un escenario interior, en donde convergen la luz y lo ruinoso que hay tanto en la existencia de Meaume como en la ciudad misma. Sin duda, Meaume cuenta con una sensibilidad excepcional que lo lleva a ser un grabador excelente, aunque polémico, quien constantemente busca la permanencia de su obra.
El arte del grabado, tan importante en la novela, condensa el eje central, pues grabar implica incidir sobre una superficie, herirla, para que de esa herida surja una imagen. El ácido que corroe la plancha en este proceso del grabado, es el mismo que desfiguró el rostro del artista. De manera simbólica, la creación emana del sufrimiento, de la herida, de la pérdida.
Por otra parte, Terraza en Roma no sigue una narración lineal, está compuesta por fragmentos, recuerdos, meditaciones y reflexiones sobre el arte, la memoria, el cuerpo y el deseo. El ritmo es lento y contemplativo, por lo que su lectura requiere abandonar la expectativa de la trama y entregarse al vaivén de las imágenes.
La novela no cuenta tanto una historia como la experiencia interior del hombre y artista que intenta confrontar la herida y reconciliarse con ella, a través de una búsqueda incesante atravesada por la experiencia creativa y alquímica del arte.
Fragmento:
“Hay una edad en la que el hombre ya no se encuentra con la vida, sino con el tiempo. Ya no vemos vivir la vida. Vemos el tiempo que devora la vida cruda. Entonces se encoge el corazón. Y nos aferramos a un pedazo de madera para ver durante un poco másde tiempo el espectáculo que sangra del uno al otro confín del mundo y para no caer en él.”