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Jerez: el espejismo y la tierra

Por José Guillermo P.H.

Para muchos Jerez es una estampa de folclor. Un Pueblo Mágico cuyo nombre evoca el estruendo de la tambora, la elegancia del charro en su caballo y el fervor popular de sus fiestas.

La Feria de Primavera, la cabalgata del Sábado de Gloria o la más reciente Semana del Migrante son productos de exportación de una identidad que se ofrece al visitante como su principal activo y a los jerezanos como fuente de desarrollo económico y esparcimiento. El turismo, nos han repetido, es la brújula que marca el norte del porvenir jerezano.


Sin embargo, tras el brillo superficial de la postal turística, se asoma una realidad más compleja. La pandemia silenció el emblemático jardín Rafael Páez y, con ello, expuso la fragilidad de un modelo dependiente del flujo de visitantes. A esto se suma la nueva incertidumbre por las políticas migratorias de Estados Unidos, endurecidas bajo la era Trump, que hoy dificultan el retorno de esos paisanos que no solo son turistas nostálgicos, sino también el motor económico y anímico de la región.


Pero mientras se exalta la charrería y la fiesta, se mantiene en un discreto y polvoriento segundo plano el legado de sus gigantes intelectuales. La suave patria de Ramón López Velarde resuena más en las publicaciones nacionales que en una estrategia cultural profunda para su propia cuna. La genialidad musical de Candelario Huízar, otro de sus hijos ilustres, es un tesoro desaprovechado, un eco perdido entre el ruido de la celebración y el desdén de la política cultural.


Frente a este espejismo de desarrollo, anclado en un turismo vulnerable y cuya rentabilidad real está en duda, yace la verdadera vocación de Jerez: la tierra. Antes que un escenario para festivales, Jerez es y ha sido una potencia agrícola, una identidad labrada no en cantera, sino en surcos en sus valles y comunidades.


La memoria del campo jerezano es la crónica de una admirable resiliencia. En los años ochenta, era un paisaje dominado por el maíz y el frijol de temporal, una agricultura de subsistencia sujeta al capricho de las nubes. La apertura comercial de los noventa, con el TLCAN, fue un cimbronazo que obligó a la reinvención. Y Jerez respondió. La reconversión hacia el durazno en las décadas siguientes no fue solo un cambio de cultivo, sino la demostración de una capacidad de adaptación formidable, convirtiendo al municipio en un líder estatal y un caso de éxito.


Más recientemente, la tierra jerezana ha visto intentos variados por reconvertirse nuevamente, con éxitos aislados y algo limitados en fruticultura e incluso se han realizado esfuerzos para la producción de cebada. Esta resiliente actividad económica adquiere mayor relevancia en nuestro municipio si pensamos en la limitada producción manufacturera que tenemos gracias a las dos únicas fábricas de relativa escala.


Por supuesto, esta vocación no está exenta de desafíos. La sequía es una cicatriz que reaparece con tozudez. Las plagas, como la reciente emergencia por el chapulín que amenaza las cosechas de frijol y maíz, recuerdan la fragilidad del ecosistema. La migración, que vacía los campos de brazos jóvenes, es el drama social que subyace al drama económico.


Pero el futuro de Jerez no puede depender exclusivamente de cuántos visitantes llenen sus hoteles en Semana Santa. El verdadero desarrollo sostenible se construirá sobre la modernización del campo, el apoyo a los productores —desde el que siembra para su autoconsumo hasta el agroindustrial—, la diversificación inteligente de cultivos adaptados al entorno y la inversión en tecnología hídrica.


Si bien la actual administración municipal ha realizado algunos esfuerzos interesantes de capacitación e introducción de nuevos cultivos en la zona, se requiere de un esfuerzo interinstitucional con mayor apoyo de los gobiernos estatal y federal, pero también un compromiso importante de la iniciativa privada. Sin embargo, para que esto último ocurra, también es necesario garantizar las condiciones de seguridad a mediano y largo plazo no sólo en el municipio, sino en el estado y en el país.


No se trata de elegir entre el turismo y la agricultura, sino de reequilibrar la balanza. Jerez debe mirarse al espejo y reconocer que su desaprovechada fortaleza en el ciclo paciente de la siembra y la cosecha.