Entre el arullo y la tragedia: canción de cuna para un suicida
Por Priscila Sarahí Sánchez Leal
Las pesadillas eran el reflejo de que el estilo de vida
Canción de cuna para un suicida
me llevó a cavar mi propia tumba.
Ahora este temblor me atormenta,
no me deja pensar,
el llanto de mis hijos vuelve,
aunque esté despierta los escucho.
Canción de cuna para un suicida, de María Magdalena López Espinosa, es una novela que, desde el título, nos pone de frente con una realidad dura, que duele y que puede resultar incómoda, no obstante, es necesario verla, saber que está ahí y no caer en la comodidad de hacer como si no pasara, de ignorarla.
En mi lectura de la obra encontré una exploración constante del miedo, pero no de ese miedo fantástico o sobrenatural, sino de uno que es más persistente y devastador, en tanto que es un miedo que emerge de lo cotidiano. El miedo ante situaciones complejas de las que nadie está exento, el miedo a perderlo todo, a quedarse solo, a que la violencia llame a la puerta, a que la vida cambie de forma irreparable en el instante más inesperado.
La historia está narrada a tres voces: Catalina, la madre; Carmela, la hija mayor; y Meño, el hijo que la sigue. A través de ellos conocemos las heridas, los secretos y los sufrimientos que atraviesan a la familia, compuesta también por Dagoberto, el padre; Carolina, Esperanza, Belén y Toñito, los demás hermanos. Cada voz trae consigo una forma distinta de enfrentar la adversidad, algunos callan, otros huyen, otros más se quiebran, por más que tratan de resistir. Esta polifonía convierte al miedo en un personaje más de la novela, presente en todo momento.
Desde las primeras páginas, la autora nos sitúa en un contexto de gran precariedad, pues la familia vive en un barrio marginal donde la violencia, el hambre y la desesperanza forman parte de lo cotidiano. Homicidios, abusos, embarazos no deseados, adicciones, intentos de suicidio son la constante en la novela, en donde la tragedia no aparece como una excepción, sino como un riesgo constante. Es ese riesgo el que impregna cada recuerdo y experiencia de los personajes.
Por otra parte, hay un símbolo que recorre la novela y que le da título, la canción de cuna que se repite en momentos diversos de la trama, sobre todo en momentos en los que los personajes tienen una gran necesidad de consuelo, de protección, de un refugio que, no obstante, ya no es posible. La canción hace evidente que en los contextos más difíciles, incluso en medio del crimen, el deseo de cuidado, amor y pertenencia permanece como una necesidad humana.
Canción de cuna para un suicida es una novela que incomoda a la vez que duele, pero también visibiliza zonas de conflicto que preferimos ignorar. Al leerla, nos quedamos con una sensación de desamparo, de dolor y de impotencia ante la certeza de que estas historias pasan y se repiten más allá de la ficción. Sus páginas hablan de ausencias, de cuerpos silenciados y de la fuerza de aquellos que, pese a todo, buscan un sentido de vida.