Ensoñación y expansión del ser en Gaston Bachelard
Por Priscila Sarahí Sánchez Leal
Gaston Bachelard
La imaginación intenta un futuro.
En la obra del pensador francés, Gaston Bachelard, la ensoñación ocupa un lugar central, que deviene en una forma específica de imaginación poética, que es distinta de la fantasía banal o del simple recuerdo. La ensoñación, tal como la entiende Bachelard, no es un escape ni una evasión de la realidad, es una experiencia íntima mediante la cual el ser humano se reencuentra consigo mismo, a la vez que se abre al mundo de las imágenes fundamentales.
Bachelard aborda esta idea en diversos libros, como La poética de la ensoñación, El aire y los sueños y La poética del espacio, donde explica que la ensoñación surge en el umbral de una conciencia activa, cuando el pensamiento lógico cede su lugar a una contemplación libre y desinteresada. No se trata de soñar dormido, sino de soñar despierto, de dar lugar a un estado de espíritu en el que las imágenes fluyen de manera espontánea y, mediante ellas, el sujeto accede a dimensiones de sensibilidad y conocimiento, que no son accesibles a través del mero razonamiento formal, sino por medio del lenguaje poético.
Uno de los aspectos más sugerentes de esta poética de la ensoñación es el papel de las imágenes materiales y los cuatro elementos, como la casa, la tierra, el fuego, el agua y el aire. Bachelard muestra que determinados objetos y espacios tienen la potencia para despertar los más profundos recuerdos, afectos olvidados y deseos apenas formulados. La ensoñación, entonces, se convierte en una forma de habitar el mundo de una forma poética, con lentitud y desde una postura más contemplativa.
Desde esta perspectiva, la ensoñación propicia una forma de conocimiento que no se encuentra en ninguna otra parte, en tanto que no se busca un conocimiento con un carácter utilitario, se trata de un saber poético, que va más allá de la materialidad de las cosas y revela lo invisible a través de lo tangible. Para el ensueño poético, la contemplación es más que el mero acto de observar o percibir cualquier fenómeno, que alberga la posibilidad de transformarse en símbolo de intimidad, deseo, nostalgia o cualquier otra cosa.
Bachelard insiste en que la ensoñación, tal y como él la concibe, no es un acto pasivo, pues, aunque implica alejarse del bullicio exterior, es un quehacer creativo en el que el individuo se recrea a sí mismo, configura su propia intimidad y es partícipe de lo que él llama el cosmos de la imagen. La ensoñación permite ir más allá de la forma inmediata de las cosas e invita a la experiencia estética que, al mismo tiempo, es una experiencia ontológica, en la que ser y soñar se conjugan. En este sentido, el soñar brinda la posibilidad de ver y sentir de otra manera, es decir, de ser en potencia.
La ensoñación en Bachelard propone una poética que permite un modo de resistir ante la prisa y la superficialidad del mundo moderno, revalorizando el ritmo lento y silente del pensamiento y la imaginación. El acto de soñar o ensoñar durante la vigilia mantiene abierta la posibilidad de expansión del ser, para encontrar valores y resonancias distintas en todo lo que cada uno es y en aquello que forma parte del entorno.
