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Enfermedad y Toxicidad financiera

Antonio Sánchez González, médico

Parece desconcertante: a veces, la industria farmacéutica genera investigación para producir medicamentos, por ejemplo, contra el cáncer que, si se ponen en el mercado probablemente sean tan costosos que casi nadie podría costearlos, considerando que la investigación farmacéutica genera también riesgos para los voluntarios que aceptan participar de esas pruebas clínicas. La prolongación milagrosa de la existencia, por la que siempre debe estarse agradecido, profundiza la preocupación médica por aquellos que, en casos así, no podrán beneficiarse de la Medicina misma.

Por ejemplo, en 2012 inició la fase 1 de un ensayo clínico para probar las píldoras de un medicamento destinado al tratamiento de personas con cáncer de ovario que nunca se había investigado en seres humanos. El riesgo era grande, pero la droga era gratuita para aquellos pacientes involucrados en el estudio. Si esa medicina fuera aprobada por las agencias reguladoras de medicamentos de cada país, el costo probable en aquel momento rondaría los 20 mil dólares americanos al mes. ¿Quién habría podido negociar con las instituciones públicas de salud de cualquier parte del mundo o con las compañías aseguradoras para obtener 240 mil dólares al año por un medicamento que en ese momento de su disponibilidad podría no haber funcionado? Incluso si pudiera adivinarse que este medicamento sería efectivo, ¿de dónde habría sacado cada paciente el dinero para seguir pagándolo? El caso es real y hay quien ha recibido esa medicina durante seis años, a un costo equivalente de casi un millón y medio de dólares.

Todos estamos familiarizados con la toxicidad física provocada, irónicamente, tanto por el cáncer como por sus tratamientos: dolor, fatiga, náuseas, pérdida de peso, hinchazones, estreñimiento y diarrea, a cambio de costos financiero a veces difíciles de solventar. El escenario es similar en los casos de otras enfermedades que antes eran incurables o rápidamente mortales y que ahora se han convertido en trastornos crónicos de la salud. Cada vez más médicos utilizamos el término toxicidad financiera para describir las cargas financieras agudas y crónicas de las personas que, incluso teniendo seguridad social o privada y las no aseguradas se ven afectadas por los altos costos de la atención médica en el mundo occidental. Mientras que la medicina transforma el cáncer en una enfermedad crónica con la cual los pacientes pueden vivir por un período prolongado de tiempo, esta toxicidad financiera también amenaza con volverse crónica.

Diversas organizaciones no gubernamentales que se dedican a aliviar la carga financiera de los pacientes con cáncer establecen que “los pacientes adultos tienen 2.65 veces más probabilidades de declararse en bancarrota que los pacientes de una edad similar sin cáncer. Los pacientes que se declararon en bancarrota tenían un riesgo 79% mayor de mortalidad temprana que los pacientes que no lo hicieron”. En otras palabras, el tratamiento contra el cáncer aumenta la posibilidad de penuria financiera y estas catástrofes monetarias producidas por el combate de la enfermedad están vinculadas a las muertes por cáncer.

El vínculo entre los regímenes terapéuticos del cáncer y la ruina económica no se restringen solo a los ancianos. Los adultos jóvenes con cáncer tienen tasas de bancarrota hasta cinco veces más altas que los adultos mayores. Alrededor del 15% renuncia a sus trabajos o son despedidos debido a la necesidad de acompañar a sus hijos a tratamientos prolongados. Los pacientes pediátricos que viven en la pobreza tienden a recaer con más frecuencia que los niños acomodados: la inestabilidad de la vivienda, la mala nutrición y el transporte no disponible tienen un costo.

Tampoco el drenaje de dinero termina con la cura de un individuo. Muchos sobrevivientes, especialmente los niños y adultos jóvenes, requieren exámenes y pruebas de seguimiento (para controlar los efectos perjudiciales de los tratamientos exitosos) durante décadas.

Con pocas soluciones viables a la vista, me quedo pensando en una paradoja. Lo que pretende salvarnos puede destruirnos.