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El Libro de los Sueños

Amparo Berumen

A TAMPICO, Puerta de entrada al Río Pánuco.

Los más añejos vestigios de la cultura náhuatl se encuentran en mitos cosmogónicos, en distintas formas de ritos, y en sistemas diversos para medir el tiempo. Puede decirse que de antiguo estos ritos y calendarios constituyeron la esencia para el florecimiento posterior de distintas formas de pensamiento. Y pese a que algunas fuentes originarias no se consideran por sí solas pruebas fehacientes en torno al umbral de los mitos y creencias, sí logran reflejar cierta forma de conciencia histórica.

Un texto conservado en náhuatl, transmitido por los informantes de Sahagún “con el ritmo y la estructura de un viejo poema”, habla de los más alejados principios culturales de los pueblos en la Región Central de México. Este texto pudiera constituir la respuesta de los nahuas de principios del siglo XVI que describe sus orígenes étnicos, lingüísticos, culturales. No inician refiriendo tan sólo la peregrinación de las siete tribus nahuas procedentes de Chicomoztoc, o el arribo de los aztecas desde las llanuras del norte, sino que empiezan narrando la llegada de inmemoriales pobladores, cuyas creaciones culturales pasaron a ser patrimonio común de los nahuas, y de otros pueblos en el campo del México antiguo.

La evocación de los viejos cantares es traslúcida respuesta de los Tlamatinime, en su afán de situar a los pueblos nahuas de naciente aparición dentro de un contexto más amplio. Entrelazo de mitos y tradiciones que recuerdan tanto a los toltecas, a los fundadores de Teotihuacan, o a pueblos más distantes aún: a hombres de la mítica TAMOANCHAN procedentes de las costas del Golfo de México, a quienes se atribuye la invención del calendario y la posesión de añosos libros doctrinarios…

El texto mencionado ilustra, en versión castellana, importantes pasajes asentados en las raíces sobre las que acaso reposa la “ulterior evolución del pensamiento náhuatl”. He aquí algunos fragmentos del viejo poema, del antiguo cantar:

Por el agua en sus barcas vinieron, en muchos grupos y allí arribaron a la orilla del agua, a la costa del norte, y allí donde fueron quedando sus barcas, se llama Panutla, que quiere decir, por donde se pasa encima del agua, ahora se dice Pantla (Pánuco). …Después vinieron, allá llegaron, al lugar que se llama Tamoanchan, que quiere decir “nosotros buscamos nuestra casa”. Y allí permanecieron algún tiempo. Y los que allí estaban eran los sabios, los llamados poseedores de códices. Pero no permanecieron mucho tiempo, los sabios luego se fueron, una vez más entraron en sus barcas

Pero antes de su partida, los sabios convocaron a quienes iban a quedarse. Les anunciaron que su Señor Tloque Nahuaque –que es Noche y Viento– les dejaba esa tierra como un don, como un merecimiento. Que allí irían a vivir…

Y cuando se fueron, se dirigieron hacia el rumbo del rostro del sol, se llevaron la tinta negra y roja, los códices y las pinturas, se llevaron la sabiduría, todo se llevaron, los libros de cantos y las flautas…

…Y se quedaron cuatro viejos sabios. Se reunieron y en actitud meditativa se preguntaron: “¿Brillará el Sol, amanecerá?”. Se preguntaron cómo podrían establecer los macehuales (el pueblo); cómo permanecería la tierra, la ciudad; quién los guiaría y los gobernaría; cuál sería la norma, la medida, el dechado… “¿De dónde habrá qué partir? ¿Qué podrá llegar a ser la tea y la luz?”

Entonces inventaron la cuenta de los destinos, los anales y la cuenta de los años, el libro de los sueños, lo ordenaron como se ha guardado, y como se ha seguido el tiempo que duró el señorío de los Toltecas, el señorío de los Tepanecas, el señorío de los Mexicas y todos los señoríos Chichimecas.

Así era la relación que solían pronunciar los ancianos “en un cierto tiempo del que ya nadie ahora puede acordarse…”.