El gesto de crear
Por Priscila Sarahí Sánchez Leal
Durante mucho tiempo, a la mujer se le concedió el lugar de la imagen, no de la mirada. Fue figura decorativa, inspiración lejana, rostro inmortalizado en el lienzo. Pero no bastaba con ser evocación. Había algo más urgente que mirar y ser mirada; decir, hacer, intervenir.
En el arte mexicano del siglo XX, el gesto de crear se volvió una forma de resistencia. Frida Kahlo pintó su cuerpo herido, su maternidad frustrada, sus raíces partidas. En cada autorretrato se reinventó, no como un ideal, sino como una mujer atravesada por su tiempo, su dolor, su deseo. Remedios Varo imaginó mundos alternos, cuerpos que se transforman, mujeres alquímicas que exploran los límites del conocimiento. Ambas, tan distintas entre sí, buscaron desde el símbolo y lo onírico un lenguaje propio, libre de moldes patriarcales.
En la expresión escrita, mujeres como Rosario Castellanos, Elena Garro o Inés Arredondo trastocaron la tradición literaria, pues se atrevieron a hablar desde lo íntimo y lo político, lo cotidiano y lo fantástico y, al hacerlo, modificaron las reglas del juego. Castellanos lo dijo con claridad, al afirmar que “el silencio de la mujer no es natural, es impuesto”.
Para ellas, crear fue un acto de afirmación. No buscaban sólo hablar, sino transformar la forma misma en que se habla; el objetivo, más allá de formar parte de la historia del arte, era cuestionar cómo se fue configurando dicha historia.
En la actualidad, observar las obras de estas mujeres es más que un intento de recuperación, es además la posibilidad de continuar el diálogo que ellas iniciaron, abrir grietas y espacios en las narrativas dominantes, crear desde una experiencia viva y múltiple, no desde un pedestal.
Las mujeres artistas mexicanas del siglo XX no fueron musas, excepciones o notas al pie de página; su labor fue y seguirá siendo un legado que busca y exige una presencia viva, activa y consciente por parte de las mujeres. Remedios Varo, La creación de las aves, 1957.