De la Memoria
Amparo Berumen
El siete de Octubre de 2010 amanecimos con la buena noticia de que el infatigable escritor peruano Mario Vargas Llosa, se había hecho acreedor al Premio Nobel de Literatura. En cualquiera tiempo pasado que le atañe y en cualquiera presente, hemos leído y escuchado mucho del pensamiento, palabra y obra de este apuesto y controversial personaje de las letras españolas, lo que no quiere decir sino que, al cabo, de súbito se rompió con toda justicia el compás de espera, al recibir este preciado galardón que celebró nuevamente a las letras españolas.
Observador de la sociedad y férreo defensor de la libertad del individuo en todas sus formas, Vargas Llosa parece haber creado, para su pura complacencia, un mundo muy subjetivo del que han emergido sus narraciones, sus predicciones y sus insólitas proclamas que, por los demasiados motivos, le han situado una y otra vez en la palestra o, mejor, en el ojo del huracán. Recuérdese si no, aquella sentencia pronunciada por el afamado novelista peruano en un foro por la libertad que realizó en nuestro país Octavio Paz hace tres décadas: “México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética. No es la Cuba de Fidel Castro: es México, porque es una dictadura de tal modo camuflada que llega a parecer lo que no es, pero que de hecho tiene, si uno le escarba, todas las características de una dictadura”. Y subrayó la permanencia de un partido que había concedido espacios a la crítica en la medida que ésta le fue útil, y la había suprimido por los medios que fuera cuando ponía en peligro su permanencia en el poder. Dictadura que supo construir con eficiencia una retórica de izquierda y reclutó al gremio intelectual “sobornándolo de una manera muy sutil, a través de trabajos y nombramientos, a través de cargos públicos, y sin exigirle una adulación sistemática como hacen los dictadores vulgares, sino por el contrario, pidiéndole más bien una actitud crítica”, como una forma mejor y más efectiva de garantizar la continuidad de ese partido en el poder…
Un recuerdo inevitable, memorable, es que Mario Vargas Llosa estuvo en Tampico a lo largo de una semana, en Noviembre de 2002, durante aquella primera edición del Festival de Literatura Letras en el Golfo que coordinó Víctor Manuel Mendiola por encargo del gobierno estatal. ¿Quién que estuvo presente podría negar hoy la grata memoria de aquellas lecturas?
Cuando a Vargas Llosa le tocó subir al podio, leyó unos párrafos de su novela que estaba por salir en aquellas fechas, El paraíso en la otra esquina (Alfaguara 2003), de la que acaso haya que decir solamente, por falta de espacio, que habla de un paraíso donde fuera posible la felicidad para los seres humanos. Que habla de una arrojada Flora Tristán, aquella que supo despertar la conciencia de clase en las mujeres; que habla de su nieto Paul Gauguin, aquel aventurero que escapó de Europa y de su familia y llegó a Tahití en 1891 y que, al quedar desencantado de Papeete, la capital, decidió mudarse a una zona más alejada de la isla donde su arte pudiera verdaderamente expresar la forma de vida primitiva en los Mares del Sur.
… Los trazos primeros Gauguin habían sido influidos por los impresionistas, en especial por Pissarro con su sencillez inocente y la tosca superficie de sus lienzos. Pero en estos mares la inspiración partiría de su interior, pese al insorteable rechazo de la atrincherada sociedad colonialista allí establecida. Porque Gauguin plasmó a los polinesios como inscripciones en un estado celestial de absoluta libertad, imbuyendo al observador su propia versión de la naturaleza con formas estilizadas y planas, y matices exóticos e intensos que pudieron traducirse en una temeraria propuesta, con un abandono tan cuidadosamente calculado, que consiguió los más espectaculares efectos. En su afán por subrayar el primitivismo que desaparecía de la isla con una rapidez inevitable, surge la talla en madera que realizó en 1892, teniendo como modelo, quizá, a Teha’amana, su amante de trece años. Aunque Gauguin –sumiso como todo artista a las reglas de la imaginación– hizo una especie de transfiguración de las mujeres polinesias hasta colocarlas en el ámbito de lo divino, sabía bien del infortunio y la depravación de que eran víctimas. Cual respuesta a esa doliente realidad, pintó escenas oscuras como El espíritu de los muertos observa, o la muchacha plasmada en Nevermore, obra que realizó varios años después de su llegada a la isla, cuando el conocimiento de esa cultura le había permitido entender la obsesionada diferencia de vida interior que llevaban las mujeres. Sobre un luminoso almohadón amarillo, y pincelado por un extravagante color verde, el cuerpo de la muchacha yace meditando sobre el misterio de su existencia. El rostro se percibe ausente, asustado. Y atrás, como ocultándose de dos mujeres que hablan con premura, un cuervo ciego cuelga de la ventana como “pájaro de la muerte”, detalle inspirado en el poema El Cuervo, de Edgar Allan Poe…
Iluminado quizá por los motivos semiabstractos y por todas las ocultaciones que en la obra de Gauguin se traducen en expresiones de ritmos internos, en negación de respuesta a lo esotérico, el afamado novelista Mario Vargas Llosa consintió los deslizamientos de su pluma llevando al lector a los Mares del Sur, a la exuberancia y al erotismo, a través de este paraíso en la otra esquina, que nos dio a conocer el escritor aquella noche memorable de lectura en Tampico…