¿Suicidio asistido o eutanasia?
Antonio Sánchez González, médico.
Una de las muchas dificultades del debate sobre el suicidio asistido es que nos orilla a explorar los límites de nuestros sentimientos sobre el individualismo. El suicidio marca el límite de una vida individual. El punto más importante es que, aunque el suicidio puede examinarse como el acto de un individuo autónomo, el suicidio asistido no. Esto explica, creo, por qué tantos entre nosotros que nunca soñaron con criminalizar el suicidio (o el intento de suicidio) todavía están intranquilos con el suicidio asistido o incluso con la eutanasia.
El suicidio es, en varios sentidos, la decisión individual definitiva por antonomasia, pero lograr que alguien te mate es, al mismo tiempo, un acto social en última instancia, por lo que creemos que se aplican reglas -leyes- diferentes. Los argumentos en contra de legalizar el suicidio asistido tienen mucho menos que ver con los efectos sobre la víctima que sobre los asistentes. Ese siempre ha sido el caso en lo que respecta a la profesión médica; y cuanto más individualizada se vuelve la sociedad, más pesada y horrible se vuelve la carga sobre aquellos que llevarían a cabo “el trabajo”.
Decir que el suicidio asistido siempre es incorrecto, o incluso que actualmente es demasiado frecuente, realmente no son argumentos válidos. El hecho es que no es y no puede, por su naturaleza, la decisión de un individuo autónomo, por lo que los argumentos de los derechos individuales no parecen ser suficientes en absoluto.
En los casos en que la gente tiene que viajar a otros países para conseguir un suicidio asistido esto es completamente axiomático. A veces no solo dependen de otros para perder la vida, sino que necesitan ayuda adicional incluso para llegar al lugar donde lo conseguirán. Todos a su alrededor tienen que estar de acuerdo con su decisión. En el caso de los miembros de la familia involucrados, esto es obvio y su participación causa una encrucijada legal y moral cuando se considera la decisión de no enjuiciarlos. Hasta puede pensarse que han sido suficientemente castigados por los hechos.
Igualmente, es el caso de cualquiera que elije trabajar en un centro de eutanasia. Son personas que saben lo que están haciendo y que sufren por ello.
Es este aspecto social del suicidio asistido, y aún más de la eutanasia, lo que lleva a los pesimistas sobre la naturaleza humana a oponerse. Suponen que los débiles y los inútiles serán explotados bajo cualquier ley imaginable; puede presumirse un contraargumento tácito de que los fuertes siempre podrán obtener lo que quieren, incluso la muerte.
Al considerar los argumentos de los entusiastas del suicidio asistido, o incluso de la eutanasia, hay otro aspecto social del problema que se discute con menos frecuencia: a menudo, los que mueren sienten que las personas que aman estarían mejor sin ellos. A veces eso un síntoma de depresión; pero a veces también es cierto, y cuando es suficientemente cierto es un motivo poderoso para el suicidio. Dado que la muerte es tanto una inevitabilidad como a veces una liberación, no es de extrañar que sea bienvenida si también es útil para las personas que amamos.
Hace dos días, los diputados del congreso zacatecano aprobaron una miserable y tardía ley de “muerte digna” mediante una discusión cuyos términos dejaron en evidencia su confusión, la pobreza de sus argumentos y una absoluta falta de sensibilidad y conocimiento de la angustia que enfrentan los desahuciados enfrentados al dolor o la miseria (sanitaria o material). Para entender el tema nuestros diputados quizá necesiten que una compañía de televisión comience un espectáculo sin talento, en el que la recompensa para el concursante más completamente inútil y sin amor sea una muerte pública sin dolor. Quizás entonces todos dejaremos de entender el suicidio como un asunto para individuos autónomos, que nadie más puede juzgar.