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Elecciones

María Amparo González Berumen

                                                                                                        

¿Opináis que ése es un gran hombre?

Yo no veo en él más que el comediante de su propio ideal.

Nietzsche.

 

Estas noches previas a las elecciones me he quedado en mi estudio hasta muy tarde, leyendo los periódicos con sus oleadas de reportajes de todos los colores. El vientecillo fresco del norte toca el cristal de la ventana, filtrándose apenas suavemente por una abertura mínima. En las noches, cuando todo es silencio, se oye afuera a lo lejos el canturreo de las ranas… Por las mañanas quisiera levantarme tarde, pero no. Al transitar rumbo a la oficina por las calles del puerto, las fotos sonrientes de los candidatos me saludan al pasar. ¿De que ríen los candidatos? Me pregunto yo. Porque a los ojos de los que quieran ver, se ha dado una vertiginosa depreciación del oficio político. Aunado a ello, hemos vivido unos días de hartazgo con estas campañas electoreras y los discursos de carácter personal, promesas y supuestas verdades, que sin ningún escrúpulo lanzan todos los actores. Argumentos en que se ha basado esta parafernalia, esperando todavía los políticos que quienes les escuchan, les crean, aun sabiendo que esta actuación dolosa puede tener un alto costo para la sociedad.

 

Es impresionante (y deleznable) la preeminencia de nuestros empleados en todos los medios de comunicación. Porque los políticos son nuestros empleados, no al revés. Sólo que éstos, los políticos, “ganan” sueldos colosales, la gran mayoría mal cumple su trabajo, y muy pocos alcanzan el respeto de los ciudadanos. Aun con todo, vivimos en el país del simulacro y, para colmo, los ciudadanos nos hemos prestado a practicar la cultura del falseamiento, del encubrimiento. Aplaudimos al gobernante en turno y le colgamos milagros que no realizó, en lugar de llamarle a cuentas. ¿No hemos dicho y leído mil veces que los políticos y los funcionarios públicos corruptos, depredadores, deben pagar por las consecuencias de sus actos? Durante décadas aquí se han violado las leyes, los reglamentos, y hasta la Constitución. Y nosotros nos hemos convertido en salvadores de este clan dañino.

 

Alguien ha dicho que la inteligencia es pilar de la democracia. Que la lectura es fundamento de la inteligencia. Esto lo menciono hoy porque votar implica PENSAR, DECIDIR, ELEGIR. Para que este proceso cumpla su cometido, es esencial que los votantes afirmemos, al menos, el conocimiento básico que impulsará nuestra decisión: si no tenemos información, seremos robots votando en serie, deslumbrados por la seducción del espectáculo. Sí, sí, el espectáculo de las fotos sonrientes y la retahíla de virtudes que de pronto ostentan los candidatos de todos los partidos. Frente a éste y otros tinglados nos encontramos hoy los electores…

 

A diferencia de algunas personas que dicen no leer los periódicos por ‘salud mental’, estos días he leído cuanto ha llegado a mis manos, y buscado necesariamente las notas de los articulistas locales. Algunos no se han ocupado del asunto, pese a que predomina en sus pensamientos, entiendo yo, el tema político-social. Otros han dicho con sobrada razón, como pudiera decirlo y desearlo todo ciudadano, que esperan de los próximos gobernantes un buen proyecto y un buen desempeño. Luego vendrán las consabidas felicitaciones para los triunfadores, y algunos hasta gloriarán los tiempos pasados. Así es siempre.

 

Todo esto me hizo buscar hace dos noches aquel párrafo que el filósofo Vasconcelos inscribió en su Ulises Criollo: “En el diario de los católicos, El País, vimos con dolor y sorpresa el cable papal que felicitaba a Huerta ‘por haber restablecido la paz’ y le enviaba bendiciones”. Sí. En lo callado de mi estudio, todo esto que hoy ocurre me hizo volver al Ulises vasconceliano. Al hojearlo y releerlo encontré: “Ni uno solo de los parientes de Madero construyó casa propia durante el periodo de su Gobierno. Ningún maderista funcionario se había enriquecido. Pues todo esto irritaba al nuevo orden de cosas. ¿Cómo iban a perdonar a una familia honrada y a un Presidente sin tacha los que más tarde, convertidos en huertistas o carranzistas o en callistas, habían de levantar una colonia nueva en el sitio más costoso de la ciudad?”. Quien conozca nuestra historia recordará estos hechos…

 

Cerré el libro con la idea de anotar en una hoja blanca algunos conceptos, pero las ideas no llegaron. No.  ¿Tendría razón Nietzsche cuando dijo que hay más indiscreción en el elogio que en la censura? Con retraimiento volví a la idea de escribir algo… Y a la manera de Tolstói me dije: “Voy a describir lo que veo. ¿Pero cómo puedo escribirlo? Tengo que ir a sentarme a una mesa manchada de tinta; ensuciarme los dedos y trazar letras sobre el papel. Las letras formarán palabras y las palabras frases; pero, ¿acaso se puede transmitir lo que uno siente?”.

 

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