Cuando el miedo salva
Por Priscila Sarahí Sánchez Leal
La emoción más vieja y más fuerte de la humanidad es el miedo
y la más antigua y más fuerte clase de miedo es el temor a lo desconocido.
-H.P Lovecraft
A menudo, el miedo es considerado el enemigo a vencer y, en contraparte, se asume la valentía como estandarte, pero cabe considerar que en ocasiones el miedo también resguarda, puesto que contiene en sí mismo una forma particular de sabiduría ancestral.
El miedo hace acto de presencia cuando intuye el peligro, da un paso atrás, deviene en el impulso por alejarse y resguardarse de la amenaza y, en ocasiones, puede transformarse en un impulso de creación artística.
Si bien, el miedo hace latente la vulnerabilidad humana, es también un descenso a los rincones más oscuros de la mente, pero que a fin de cuentas, permite explorar terrenos desconocidos, literal y metafóricamente.
Hay momentos en los que preserva incluso la vida, no obstante, también puede encadenar. En cualquiera de los casos, el miedo obliga a detenerse y contemplar el entorno con minuciosidad, estableciendo un diálogo íntimo consigo mismo.
Por otro lado, el miedo a lo desconocido se ha decantado en un singular ejercicio de la imaginación, funcionando como una especie de umbral hacia senderos insospechados, en donde el mundo se reestructura en imágenes y sentidos nuevos.
Asimismo, el miedo pone en entredicho lo que se cree conocer y, bajo la lógica del desconocimiento y la incertidumbre, obligar a cuestionar y replantear aquello que se creía conocer.
En este sentido, el miedo se debate entre dos polos, el que empuja y el que retrae, pero en ese vaivén, de nacimiento y muerte o de continuidad y discontinuidad, alberga la posibilidad de alguna revelac
El grito (Skrik), Edvard Munch, 1893