Y mientras México llora, la clase política baila
Por Irene Escobedo
En un México que se desmorona entre lluvias devastadoras, familias desgarradas por la violencia y madres buscadoras que excavan con sus propias manos en busca de un mínimo consuelo, resulta casi insultante observar la desconexión de nuestra clase política. La realidad nacional es un grito de auxilio, pero los oídos que deberían escuchar están ocupados en aplausos, discursos vacíos y, en algunos casos, hasta en bailes al ritmo de la Sonora Santanera.
El contraste no podría ser más doloroso. Por un lado, miles de damnificados enfrentan la pérdida de sus hogares y la indiferencia institucional tras los estragos de las lluvias. Por otro, colectivos siguen recorriendo campos y desiertos, removiendo tierra con palas y uñas, buscando a sus seres queridos en un país con más de 100 mil desaparecidos. En medio de este panorama desolador, la política parece haberse convertido en un espectáculo ajeno a la tragedia colectiva.
El Partido Acción Nacional, por ejemplo, celebra con bombo y platillo el «rebranding» de su logotipo, como si un cambio de imagen pudiera lavar décadas de desencanto ciudadano. ¿Qué sentido tiene presumir «grandes objetivos» cuando el país se tambalea bajo el peso de su propia crisis? ¿Es que acaso no hay prioridades más urgentes que rediseñar un emblema?
Mientras tanto, el senador Gerardo Fernández Noroña decide emprender un viaje al Medio Oriente para dar «ayuda humanitaria». ¿Acaso no es consciente de que no necesita cruzar el océano para encontrar tragedias? Aquí mismo, en su propio país, hay comunidades enteras que claman por apoyo, por justicia, por un poco de humanidad.
Y si esto no fuera suficiente, en plena sesión legislativa, diputados bailaban al son de la Sonora Santanera, como si la Cámara de Diputados fuera un salón de fiestas y no el recinto donde deberían atender los problemas que desangran al país. ¿Qué mensaje envían a las familias mexicanas que lloran a sus desaparecidos o que han perdido todo bajo el agua? La frivolidad de este tipo de actos no solo indigna, sino que confirma la desconexión profunda entre los representantes y los representados.
La sensibilidad parece haber abandonado a quienes ostentan el poder. Más allá de colores y siglas, lo que se observa es una clase política incapaz de estar a la altura de las circunstancias. México no necesita bailes, viajes ni logotipos renovados. México necesita empatía, acción y soluciones que nuestros gobernantes bajen del escenario y pongan los pies en la tierra, porque mientras ellos celebran, México llora.