La inminencia del colapso
Por Priscila Sarahí Sánchez Leal
Leonard Cohen (The future)
I’ve seen the future, brother, it is murder.
Patti Smith (Broken Flag)
I watch the sky, it gathers dark, the earth is bleeding.
Cuando Ícaro alzó el vuelo con sus alas de cera, embriagado por la ilusión de alcanzar el sol, creyó que ascender era un sinónimo de triunfo, sin embargo, su caída reveló el precio de la desmesura humana. De igual manera, la modernidad nos ha hecho pensar que el progreso es un ascenso infinito, sin advertir que cualquier exceso termina por derretir las alas en las que hemos volcado toda nuestra fe.
El colapso no es un acontecimiento que se deba pensar como algo del futuro, en tanto que ya habita en las grietas de la cotidianidad; está en los ríos secos, en los bosques incendiados, en los mares convertidos en vertederos de plástico, pero también, como señala la filosofía, el colapso es una forma de revelación. Todo aquello que se quiebra evidencia lo que ha venido sosteniendo en silencio nuestra existencia.
Byung-Chul Han ha advertido que habitamos en una sociedad del cansancio, un mundo desgastado por la sobreexplotación de cuerpos y de recursos. Dicho agotamiento no sólo afecta a las personas, también a la Tierra, que empieza a desplomarse bajo el peso de la voracidad. El colapso, en ese sentido, no es un accidente aislado, es el devenir de un modo de vida que ha confundido progreso con destrucción.
La literatura, por su parte, ha logrado atisbar este derrumbe, desde los paisajes oscuros de Hölderlin, en los que la naturaleza funciona como testigo de un mundo en ruinas, hasta las distopías de autores contemporáneos que narran ciudades colapsadas o imágenes de mundos postapocalípticos que se vuelven insostenibles, no obstante, es clave tener en cuenta que el colapso se vive a cada instante.
Donna Haraway propone que, frente al Antropoceno, es necesario aprender a “permanecer en el problema”. En este sentido, negar la crisis o intentar huir de ella no es opción, sino buscar nuevas formas de vida compartida con lo no humano. Habitar poéticamente implica cuidar, pero también es aceptar que el colapso obliga a imaginar vínculos distintos con la Tierra, con los animales, las plantas, las tecnologías y con nosotros mismos.