LA RELEVANCIA DE SER LEGISLADOR O LEGISLADORA
Jaime Santoyo Castro
En los últimos años, pero con mayor énfasis en los últimos meses, la población mexicana ha mostrado cierto desenfado por el pobre desempeño de los legisladores tanto federales como locales por su falta de consistencia y de responsabilidad social.
La gente ve que cuando se trata de resolver y definir cuestiones esenciales para la vida pública al aprobar o desaprobar iniciativas de Ley o de reforma de leyes, se hace de manera superficial, sin entrar al fondo, sin preparación, sin argumentación, y de manera poco seria.
Los legisladores, por disposición constitucional, están investidos de un poder muy importante que se representa en el valor del voto parlamentario. El valor visto desde la óptica de la relevancia social, y no desde la óptica monetaria, aunque hay quienes le dan más importancia a ésta última y ello provoca cambios repentinos de opinión, cambios de fracciones y/o hasta cambio de partidos, como si la ideología o el compromiso social se llevara en la cartera.
En virtud de ese poder, los legisladores suelen ser sujetos de múltiples presiones, acosos, amenazas, tentaciones y ofertas tratando de orientar su voto y lo que la gente quiere ver es la consistencia; la resistencia a ese tipo de incursiones. Quiere ver que se sostengan en lo que ofrecieron en sus campañas políticas, o si existe un cambio en su opinión o su forma de pensar, quiere escuchar las razones que sustentan las decisiones. De otra manera, lo que siente es desconfianza en los legisladores, y desencanto de la política y de los políticos.
El legislador tiene el poder de hacerse escuchar y hasta puede convencer con sus argumentos para orientar el voto de los demás legisladores en determinado sentido, pero debe estar motivado por el interés general de la nación o de la entidad a la que representa, y a quien debe convencer es a la sociedad; a la población que representa y para quien trabaja, dejando de lado todo tipo de interés particular o de grupo.
El Legislador es el que legisla; el que forma o prepara las leyes. Es el hacedor de las leyes. En esta virtud, el Legislador debe ser una persona sensible que conozca la trascendencia de esta actividad y que además sea capaz de entender el derecho y debe ser perceptivo para saber cuando se requiere cambiar o actualizar una disposición normativa, de conformidad a las necesidades o exigencias sociales cuidando siempre el equilibrio entre el bien colectivo y el bien de los particulares.
Sin embargo, existe un desconocimiento general de la labor de los legisladores, debido al poco o casi nulo interés que provocan, porque de sus actividades lo único que trasciende es: que no asisten o llegan tarde; que no presentan iniciativas o las que presentan no son necesarias; que no se preparan y suben a la tribuna sin argumentaciones interesantes o razonables; que ganan mucho y trabajan poco; que se dedican a pasear y a divertirse a costa del erario público; que hay poca transparencia del resultado de sus gestiones; que no regresan a consultar al electorado y que se dedican más a buscar su beneficio personal que el colectivo, de manera tal que la sociedad en su mayoría desaprueba su función.