Homenaje a Orlando Ortiz en Bellas Artes
Amparo Berumen
Esta entrega está dedicada al pueblo de Tampico. Está dedicada al pueblo de Ciudad Madero y de Altamira: Este próximo martes 11 de octubre a las 19:00 horas, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, se rendirá un Homenaje a Orlando Ortiz a un año de su fallecimiento. Participan: Carmen Galicia, Edith Negrín, Eduardo Langagne, y modera Bibiana Camacho. Orlando Ortiz nació en Tampico, Tamaulipas.
Desde 1972 coordinó numerosos talleres para el INBA, Conaculta, ISSSTE, DDF, Programa Cultural de las Fronteras, Fundación para las Letras Mexicanas, entre otras instituciones. También se desempeñó como guionista, articulista, periodista, redactor, director creativo, conferencista y docente. Colaboró en numerosas revistas, suplementos culturales y diarios de la capital y del interior de la República.
En 1968 publicó la novela, En Caso de Duda, que le hizo merecer el Premio “Beca Martín Luis Guzmán” y de entonces al presente publicó más de 30 títulos, entre ellos, las novelas Una Muerte muy Saludable, Vidrios Rotos, Ofrenda en el Asfalto, y las novelas juveniles En las Fauces del Terror, Carnaval Macabro, Volveré de Ultratumba, e innumerables volúmenes de cuento.
También incursionó en la crónica, el ensayo y la literatura infantil. Fue asiduo colaborador en numerosos diarios y revistas a lo largo y ancho del país. Fue miembro del Sistema Nacional de Creadores. Por su trayectoria, se le reconoció como Protagonista de la Literatura Mexicana en 2012, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Y he vuelto a quedarme en silencio hundida en los recuerdos…
La tarde aquella en que caminábamos Orlando, Carmen y yo por la Plaza de la Libertad rumbo al Hotel Sevilla, tras la lectura en la feria del libro instalada en la Plaza de Armas de Tampico. ¿Por qué fueron tan espaciadas tus venidas al puerto, querido Orlando? Lo sé bien: tu compañera La Pluma no te dejaba ni a sol ni a sombra. Ni tus conferencias ni tu labor docente aquí y allá… Orlando me alegró siempre con el envío de sus libros de acuerdo a como fueran viendo la luz o, dicho de otra simple manera, a como fueran saliendo del horno.
El más reciente lo tuve en mis manos hace más de un año por el mes de julio: En un Caballo Blanco, que reúne siete historias en las que el lector encuentra la violencia que se adueña de los pueblos, las muertes infaustas frente a nuestros ojos. Siete cuentos que ilustran la realidad de este gran país, ¡México! Del relato, En un Caballo Blanco que da título al libro (páginas 55 a la 87), leamos estos fragmentos:
“Muchos llaman pródigo a un hijo que regresa a casa, porque la parábola bíblica habla de un hijo que volvió al hogar; ignoran que pródigo no es porque haya regresado, sino porque dilapidó la fortuna que el padre le había entregado, pero cuando se queda sin un centavo se arrepiente de haberlo hecho y regresa a casa. Yo no era ninguna de esas cosas, es decir, ni hijo, ni rico, ni estaba regresando a casa, pero sí me sentía hijo pródigo.
“Después de varios años de ausencia, regresaba a la Ciudad de México, que ya ni siquiera era Distrito Federal. Tomé el Metro saliendo de la terminal Norte y me dirigí al Centro Histórico, al Hotel San Diego, con intenciones de alquilar una habitación, dejar mi escaso equipaje y salir a desayunar, tal vez al café Habana.
En la estación Hidalgo los pasajeros sorprendieron a un ratero, lo bajaron a golpes y en el andén comenzaron a darle una golpiza, sin que los policías intervinieran; la bronca me impidió bajar del vagón.
Al salir en la siguiente estación me desconcertó ver las calles como si hubiera habido guerra: zanjas, trincheras, armatostes anaranjados que parecían los trípodes utilizados en la Segunda Guerra Mundial para impedir o por lo menos dificultar el avance de tanques de guerra, congestionamiento vehicular espeluznante, puestos por todos lados en los que ofrecían desde baratijas hasta garnachas y ropa o calzado.
“Estaba sorprendido. En el trayecto de Bellas Artes a Luis Moya y Pugibet encontré no sólo obras, sino también calles cerradas y un deterioro escandaloso. Deterioro no sólo de banquetas e inmuebles, también de gente (…) “Me instalé en el hotel y salí de nuevo a la calle, con hambre. Caminé hacia Balderas, para realizar mi proyecto de desayunar en el Café Habana, pero cambié de opinión. Había un plantón y la pestilencia (a grasa, mugre, heces, guisados rancios…) en la calle seguramente penetraría al establecimiento y no sería agradable.
Me dio nausea y perdí el apetito. Le llamé a Bartolomé a la oficina de prensa del Senado, le dije que ya estaba cerca y le pregunté dónde quería que nos entrevistáramos; me citó en el Gran Premio, dijo, que está en Antonio Caso, en media hora. Conocía el lugar, lo frecuentaba desde que era estudiante. “Al menos podría tomar un buen café, tal vez capuchino, o “mayito”, con un pastel de elote.
El local no había cambiado mucho, si acaso eran otras las personas que atendían a los clientes; me alegró ahora también que ofrecían tamales (…) “Las oficinas de prensa gubernamentales habían sido mi campo de trabajo desde siempre. Cuando salí de la capital dejé buenos amigos, pero de ellos sólo le había seguido la pista y hablado por teléfono a Bartolomé; en aquel entonces chambeaba en Gobernación, después estuvo en otras secretarías y ahora, en el Senado.
Tal vez podría echarme la mano para conseguir algo. Podría entrar de reportero en algún periódico, pero ahí la chamba es muy mal pagada.
El chayote es obligado o se muere uno de hambre. Nos dimos un abrazo escandaloso: Qué–gusto–verte–hermano. Después–de–tantos– años–cabrón. Pidió un mayito (café que sólo preparan en el Gran Premio, porque ese era el que pedían y les dijeron cómo prepararlo los hermanos Mayo, decanos de la fotografía periodística, asiduos al lugar años ha). (…)
Los cambios que había registrado en la ciudad desde que salí de la central del Norte amenazaban con deprimirme severamente. Caminé a husmear en la librería de Juárez y acabé entrando al Sanborn’s de los azulejos, para hojear revistas…
En eso estaba cuando vi entrar a Tea. No podía ser otra, tenía que ser ella, su sonrisa era única. En ese momento le sonrió a alguien y lo besó en la mejilla, despidiéndose. Entrecerré los ojos y recordé el primer encuentro (…)” In Memoriam.
