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¿Y a usted… cómo le dicen?

Por Irene Escobedo

Nadie puede negar a menos que se quiera atentar abiertamente contra la esencia del mexicano, que en este país tenemos el ‘habito cultural’ de poner motes. Lo decimos a sabiendas o no del personaje implicado, sobran memes, chistes y toda clase de ocurrencias con la que solemos calificarnos. Mexicano que se respete tiene un apodo. No hay que ser un hampón, vivir en colonia o ser familiar de alguien importante para tener sobrenombre: el bigotes, el pollo, la pelos, la güera (morena casi siempre), el brayan, el kevin o la britany, todos conocemos uno.

Citando el caso del comediante Chumel Torres, al comediante se le salió de las manos, sí. Pero no fue un discurso de odio ni discriminatorio. Lo del apodo, fue un comentario inapropiado que debió quedar en molestia y fastidio y que ameritaba una disculpa sin ir más allá. Pero a Chumel, a quien por cierto muchos no conocíamos, lo dejaron a la vista de todos, con una mano delante y otra detrás limitándole la voz y la posibilidad de ejercer su trabajo: “te lo digo a ti mija, entiéndelo tu mi nuera”.

Estamos de acuerdo en que la libertad de expresión tiene límites cuando implica la discriminación de una persona y que es importante tutelar los derechos de cualquiera que se vea afectado sobre todo si es un menor. Pero para llegar a calificar un acto como discriminatorio, significa algo más de lo que podría considerarse un insulto: Discriminar es ofender por la condición diferente de la persona.

Hasta parece sacado de esas novelas de ciencia ficción como “1984” (Nineteen Eighty-Foury) o “Nosotros”, donde el crimen del pensamiento cobra vida, y la policía del pensamiento también bajo el precepto de que: “Lo que no forma parte de la lengua no puede ser pensado”, so pena de ser torturarlo con su mayor miedo.

Los detalles sobre el caso Chumel ahora los conocemos todos, pero es de llamar la atención la impulsividad con la que se resolvió este asunto. A un pleito de vecinos se le dio connotación de Estado. No quiero imaginar que hubiera pasado en la Casa de las Flores si la mamá del ‘cacas’ hubiera reaccionando por el apodo a su hijo, aclaro que me refiero específicamente al personaje de la serie, nada que ver con el personaje a que nos dirige Google si tecleamos el mote.

Y para rematar el asunto, dónde quedó el –en su momento- tan aplaudido papel pasivo de la consorte (porque de los excesos que se permiten las primeras damas ya estamos hasta el tope) al parecer una vez más acabo siendo pan con lo mismo. Será que en este sexenio también el tirón de la carreta ¿es el más débil?