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Vergüenza y Culpa

Antonio Sánchez González, médico

Eran los resultados de la biopsia de pulmón de una de mis pacientes. Tenía cáncer.

La noticia me sacudió. Nos abrazaba al final de cada visita. Había trabajado durante décadas como costurera y ahora decía que le costaba trabajo llegar al final de cada día. Uno de mis colegas escuchó mi conversación. “¿Fuma tu paciente?” Preguntó. “Cuando una persona que no fuma tiene cáncer de pulmón es simplemente inaceptable”.

Me sorprendió la implicación de que un diagnóstico de cáncer en un paciente que consumía tabaco era aceptable. Es una tragedia cuando cualquier paciente desarrolla cáncer de pulmón. Le esperan cirugías, infusiones tóxicas y noches solitarias en un hospital. Muchos se enfrentarán a presiones financieras aplastantes y se verán obligados a enfrentar su mortalidad de manera inimaginable. ¿Por qué, entonces, silenciar nuestra simpatía en este momento?

Todos los días, con casi todos mis pacientes, el cáncer es uno de los diagnósticos diferenciales en los que me veo obligado a pensar. Más de un millón de mexicanos vivos hoy en día han sido diagnosticados con esta enfermedad en algún momento de sus vidas. A pesar de que los tratamientos evolucionan, hay un antiguo recurso que los médicos seguimos endilgando a estos pacientes: vergüenza y culpa.

Mi colega solo estaba repitiendo lo que le habían enseñado en la escuela de medicina. Su conclusión se extrajo del currículo oculto de la medicina occidental: la suposición de que la voluntad individual es el destino y que los pacientes que se comportan de manera imperfecta pueden ser culpados por su enfermedad. En los hospitales de todo el país se puede escuchar a los médicos usar un lenguaje que separa a “merecedores de su enfermedad” de los pacientes “que no lo merecen”.

Las palabras «cáncer de pulmón», seguidas de «no fumador», a menudo provocan murmullos de simpatía. Uno puede preguntarse si esta simpatía conduce a visitas clínicas más largas y significativas, y si lo contrario es cierto a propósito del viejo trabajador que ahora vive solo por viudez que fumó durante 40 años. El estrecho vínculo entre el tabaco y el cáncer de pulmón se ha convertido en un estigma, y en origen potencial de las disparidades en la atención médica.

El estigma va mucho más allá de la comunidad médica. El cáncer de pulmón representa el 25 por ciento de las muertes por cáncer en el mundo, pero recibe solo el 10 por ciento de los fondos destinados a la investigación del cáncer. Algunos expertos creen que los donantes otorgan menos a la investigación del cáncer de pulmón debido a la percepción de que la enfermedad es autoinfligida.

Los fumadores, en particular, son avergonzados más ruidosamente que otros pacientes que desarrollan enfermedades con un fuerte correlato de comportamiento, pero el estigma no se limita a los pacientes con cáncer de pulmón, por supuesto. La tendencia de nuestra cultura a encuadrar ciertas enfermedades como defectos de carácter, en oposición a fenómenos complejos con componentes genéticos y psicosociales, está generalizada y conlleva serias consecuencias. El grupo que más sufre es el obeso, una clasificación que se aplica a casi el 40 por ciento de los adultos mexicanos. Los pacientes obesos tienen más probabilidades de ser considerados perezosos o indisciplinados; también son vistos como más propensos a ignorar las recomendaciones de tratamiento y poco comprometidos con su salud. Estas actitudes erosionan la comunicación médico-paciente y los médicos tienden a pasar menos tiempo con los pacientes obesos.

Sin duda necesitamos promover agresivamente los comportamientos más saludables, ofrecer ayuda para dejar hábitos dañinos y alentar a los pacientes a hacerse cargo de sus vidas lo mejor que puedan. Pero, sin duda, cada enfermo es mucho más de lo que ha ingerido o inhalado.