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Todos somos Procusto

Priscila Sarahí Sánchez Leal

En la Grecia Antigua, Procusto era un casero que recibía, con particular calidez, a todos los viajeros que se aproximaban a su propiedad. Una vez adentro, les ofrecía de comer y beber, mientras conversaba amablemente con ellos.

Llegada la hora de dormir, los invitaba a acostarse en una cama de hierro, en la que los amordazaba y ataba. Si los cuerpos eran de mayor tamaño, cortaba aquello que excedía los límites de la cama.

En cambio, si los cuerpos eran más pequeños, los estiraba y hacía todo lo posible para que se ajustaran de manera perfecta a las dimensiones establecidas.

Bajo este comportamiento obsesivo, acaso maligno, las víctimas de Procusto fueron cada vez más. La cama funcionaba como una especie de molde, que estandarizaba el tamaño y forma de todos los individuos.

Hay en la sociedad algo -o mucho- de Procusto, en cada molde, estereotipo y en todo aquello que somete o denigra los intereses particulares, sueños y búsquedas de cada persona.

No seamos Procusto ni nos sometamos a su lecho…