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Todos hablan, nadie escucha

Antonio Sánchez González. Médico

¿Nos estamos acercando al colapso de las democracias liberales? Muchos consideran que es obvio el agotamiento de las formas actuales de convivencia social y que debemos avanzar hacia nuevos modelos.

Si, pero ¿a dónde? A una «superdemocracia», construida según un principio de consulta permanente y en tiempo real de la voluntad popular; o hacia una «subdemocracia» iliberal, que ponga fin al imperio ilimitado del Estado de derecho.

Los síntomas de este agotamiento afectan a todas las democracias representativas, porque es el propio principio de representación el que está en crisis.

La legitimidad de los gobiernos electos es cada vez más frágil, los partidos están debilitados y cuestionados en todas partes, al igual que los sindicatos y también la prensa, que ha sostenido la mano de la democracia durante ciento cincuenta años: a ojos de Jürgen Habermas, el filósofo y sociólogo alemán de la posguerra, y de varios otros, la prensa de calidad es una institución cuasi constitucional, ya que es fundamental para estructurar el debate de interés general.

Habermas planteó el concepto de espacio público entre las condiciones vitales de la democracia legítima. Con esto se refiere a todas las formas de debate, especialmente las animadas por los medios de comunicación.

En sus palabras: «El que discute contradice, y simplemente hablarse unos a otros no despliega el potencial epistémico del lenguaje sin el cual no podríamos aprender unos de otros.” Gritar en una democracia es prueba de buena salud.

Todo el mundo tiene la sensación de existir cuando habla, y eso está bien. Pero, por supuesto, en algún momento, es necesario tomar decisiones. Pero, la deliberación racional no resuelve, por desgracia, los desacuerdos. La esencia de la política, cualquiera que sea la forma del régimen, es un equilibrio de poder en un tiempo limitado. En una democracia representativa, este equilibrio de poder se domestica, pero no se abole.

En última instancia, es la ley de la mayoría la que prevalece. Y las democracias y los mecanismos de convivencia derivados de ella están en riesgo cuando el debate se empobrece.

Un espacio público y una deliberación colectiva respetada son, en las sociedades pluralistas, un requisito previo para la existencia de cualquier democracia, porque cuanto más heterogéneas son las situaciones sociales individuales, más se compensa la ausencia de un consenso de fondo con una formación común de opinión.

El punto de inflexión importante es precisamente esta «ausencia de un consenso de fondo.” ¿El debilitamiento de los mecanismos necesarios para llegar a consensos está correlacionado con el de los «medios de referencia»? Los datos parecen indicarlo así.

Recordemos que la lectura de periódicos ha disminuido desde el 69% en 1964 a menos del 20%. ¿Y ha encontrado sustituto en la oferta de información digital? Posiblemente no, porque hay evidencia neurológica de que los textos digitales probablemente no implican el mismo esfuerzo de atención y procesamiento analítico, por lo que, respecto de la conversación pública diaria, el suministro de periódicos diarios no puede compensarse por completo con páginas web.

Es cierto que el estruendo de las redes sociales, autorreferenciales casi por definición no juega a favor del optimismo. A través de ellas la discusión pública es privatizada, comunitarizada y egocéntrica.

El mismo Habermas a propósito dice que, «la imprenta nos había convertido en lectores potenciales, la digitalización convirtió a todos en autores potenciales».

Todos hablan, nadie escucha. No es una exageración. Pero los efectos visibles no deben confundirse con las causas fundamentales. Podemos pasar por alto las ventajas y desventajas que son específicas de la sociedad digital. Pero no puede convertirse en la causa de nuestras vergüenzas democráticas. Siempre ha habido debates salvajes en las democracias representativas.

En Zacatecas, vivimos crisis económica, política, demográfica, educativa y de seguridad insostenibles a largo plazo, que deben repensarse desde el suelo hasta el techo; una crisis de agua ocurrirá un día en no mucho tiempo y los jubilados, irremediablemente, tendrán que aceptar nuevas condiciones para su jubilación… después de mucho ruido en las redes.

En una democracia, como en la vida, es la presión de las circunstancias lo que la cambia. Jean Monnet tenía razón: «Los hombres aceptan el cambio sólo en la necesidad, y ven la necesidad sólo en la crisis».