Navegar / buscar

Tianguis y mercados escapan a la crisis económica

Generaciones cada vez más jóvenes están retomando la costumbre ancestral de acudir al mercado.

Irene Escobedo López

En tiempos de Covid los mercados tradicionales y tianguis se han convertido en la opción principal de consumo. La crisis económica y la necesidad de sobrevivencia han incrementado el flujo de compradores, hasta el punto que generaciones cada vez más jóvenes están retomando la costumbre ancestral de acudir al mercado.

De acuerdo con el Informe de Medición de la Economía Informal del INEGI, los tianguis y mercados, constituyen uno de los sectores que mayor estabilidad ha presentado en los últimos 15 años, con una aportación sostenida del 22 por ciento anual, al Producto Interno Bruto.

En la Ciudad de Zacatecas, sobre la Plaza Villareal, se encuentra uno de los mercados más antiguos y emblemáticos de la capital: el Mercado Genaro Codina. Popularmente conocido como Laberinto, con poco más de un siglo de vida, es el único en la capital del estado que nunca ha sido reemplazado ni reubicado. Hoy en plena pandemia, sigue luciendo impetuoso y lleno de vida.

El mercado Genaro Codina, desde 1906 ha mantenido sus puertas abiertas. Aquí predomina la venta de frutas y verduras, chiles secos, semillas y cereales. Los quesos frescos y enchilados son atrayentes, se acaban temprano. Hay tortillas hechas a mano, pan ranchero. A unos pasos una larga fila, son las tortas de malpaso: el pan y el chorizo para preparar en casa.

Los comerciantes se han esforzado por mantener el lugar en buenas condiciones y la Pandemia no ha sido obstáculo para que los espacios fijos donde se vende y comercia en el Laberinto, sigan en pie, trabajando.

En los pasillos poco iluminados sobresale el brillo de las ollas de barro; abajo, más escondido, están los metates y molcajetes, listos para crear los sabores que gustan en esta ciudad. En la carnicería las señoras esperan por el chambarete. Entre los habitantes de la ciudad de cantera aún es costumbre preparar un cocido si el día es lluvioso. Unas cuantas gotas de lluvia pueden ser suficiente excusa.

Las enchiladas con papas y zanahoria y un café con leche acompañaran los frescos atardeceres y los tamales con champurrado la cena.  Para todo hay que ir al mercado, con la güera por la verdura, con Panchito –al otro extremo- a la carnicería. Al fondo abarrotes, dulces y confitería. Los locales están dispuestos igual que hace 100 años, todos tienen buenas ventas.

Todos los locatarios se conocen, las historias sobre abuelos y el Zacatecas de ayer abundan. Aquí no se regatea, los precios son justos. Afuera en los comercios circundantes se pagarían unos pesos más por cada kilo de verdura.

La música no falta, hace que las largas horas de trabajo -que comienzan desde que sale el sol hasta que ocurre el ocaso- pasen más rápido. Afuera en el callejón de la Condesa están los moles, el pescado, las hierbas y más ritmo con música de acordeón. En esta misma área se acoplan los comerciantes ambulantes que llegan desde pueblos cercanos con nopalitos, miel, pipián, tortillas y fresas.

El mercado Genaro Codina, ha sido a lo largo de su historia, lugar de encuentro social, comercial, pero también religioso. Los clientes habituales –hasta antes del Covid-  han tenido por costumbre pasar primero por el agua bendita y la bendición al Templo del Sagrado Corazón y luego por la compra al mercado. Hoy la gente no entro a la iglesia, la evaden con discreción. Hay misa de difunto. Se persignan desde el atrio.

Los locatarios dicen ser fieles devotos de San Juan Bautista (participan en las morismas de Bracho), de San Judas Tadeo y del Sagrado Corazón. Tienen su propio altar en honor a Jesús. En este lugar la religiosidad es importante.  En la antigüedad, los mercados prehispánicos solían tener, dentro de ellos, diferentes tipos de altares dedicados a los Dioses

«Fui de mercado en mercado por años enteros,

porque México está en sus mercados»

Pablo Neruda

Desde tiempos prehispánicos también, los mercados han sido una parte importante del comercio. El Laberinto, lo ha sido en Zacatecas desde hace 112 años. El edificio que lo alberga fue construido en el siglo XVI y un siglo después fue utilizado como alhóndiga para resguardo y depósito de granos.

Por este lugar donde hoy circulan marchantes y locatarios alguna vez se fabricó tabaco y en 1865 fue escuela de niñas y de niños. Posteriormente en 1877 fue escuela normal para señoritas.

A comienzos del siglo XX una parte del edificio fue destinada al mercado de carnes. Las mejoras al edificio y el reloj vinieron años después. A mediados del siglo XX las escuelas migraron y se le dio uso de Palacio Municipal a partir de 1967; en 1986 albergo la Biblioteca Mauricio Magdaleno. Y actualmente es sede de la Casa Municipal de Cultura y también del Mercado que por un siglo se ha mantenido incólume.

Pero en El Laberinto no todo es arcaico.  En los locales hay modernas pantallas de televisión, vitrinas luminosas y por los pasillos bulliciosos se pasea también una nueva generación de consumidores, jóvenes de la generación del milenio que con bolso en mano ya no se ruborizan al hacer las compras. Su desventaja económica los orilla a ir a los mercados tradicionales que históricamente se han considerado en México un lugar para los no pudientes.

La elite se auto excluyo de los mercados, a principios del siglo XIX, cuando como resultado de la inestabilidad política del país se vendían restos y sobras.  A finales del siglo XIX, especialmente en las últimas décadas bajo el régimen de Porfirio Díaz no obstante que el gobierno tomó medidas para comenzar a regular y modernizar el sistema de distribución de alimentos, la clase alta no regreso a los mercados, las personas a su servicio, sí.

Hoy en día, los mercados dan trabajo a familias enteras. Hay cabida hasta para los niños que con el teléfono parecen están al pendiente de sus clases, pero al mismo tiempo ayudan a cobrar y a empacar la mercancía.

Desde estos espacios, el comercio hoy se intensifica más que nunca, desafiando al Covid porque pese a la pandemia, son lugares que siguen siendo concurridos, que generan identidad, cultura y deleitan al mismo tiempo los cinco sentidos.