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Subestimada, insidiosa y letal

Antonio Sánchez González, médico

A lo largo de las últimas décadas, durante estudios de investigación clínica, se ha pedido a grupos de enfermos que clasifican la gravedad de sus problemas de salud, entre ellos cáncer, las enfermedades cardíacas y la diabetes.

En una escala del 1 al 10, el cáncer y la enfermedad cardíaca se clasificaron sistemáticamente como 9 y 10. Pero la diabetes solo puntúa en 4 y 5. El consenso general entre esos pacientes parece explicarse con frases como: “Hay medicamentos” o “Nunca he oído hablar de alguien que se esté muriendo de diabetes”.

Pero la diabetes es cualquier cosa menos poca cosa. Causa estragos en todo el cuerpo, afectando todo, desde la audición y la visión hasta la función sexual, la salud mental y el sueño. Es la principal causa de ceguera, amputaciones e insuficiencia renal y puede triplicar el riesgo de ataque cardíaco, embolias y hemorragias cerebrales. Es una enfermedad que tiene extraordinaria capacidad destructiva.

La desconexión entre la percepción y la realidad es particularmente preocupante en un momento en que las tasas nacionales de diabetes están aumentando. En los meses pasados, el Observatorio Mexicano de Enfermedades no Transmisibles (OMENT) en su reporte de diciembre de 2018 anunció que la cantidad de mexicanos con diabetes había aumentado hasta aproximadamente el 9.4% de la población de mayores de 20 años. Casi el 30 por ciento de los mayores de 60 años tenía diabetes a fines de 2016. La mortalidad por diabetes aumentó a 84.7 por cada cien mil habitantes en 2016 a partir de 70.8 que se medían en 2013. Y los CDC estiman que 30 millones de personas tienen niveles anormales de azúcar en la sangre que califican como prediabetes.

Sin duda, la diabetes es tratable y una serie de nuevos medicamentos y herramientas de monitoreo han mejorado dramáticamente la calidad de la atención. Pero mantener la enfermedad bajo control requiere una vigilancia constante de parte de los enfermos y una atención costosa, junto con cambios en el estilo de vida como perder peso, hacer ejercicio con regularidad y vigilar los carbohidratos que se comen.

Los pacientes que están atentos a su enfermedad y que tienen acceso a atención médica regular tienen una buena probabilidad de vivir una vida normal sin desarrollar una discapacidad relacionada con la diabetes. Pero algunos pacientes dicen que están demasiado ocupados para cuidarse y muchos otros, de bajos ingresos no pueden pagar una atención regular. Incluso las personas con seguridad social luchan para mantenerse al día con pagos por servicios médicos y múltiples medicamentos que las instituciones de salud del estado no les provee.

Para empeorar las cosas, la diabetes está asociada con muchos otros problemas de salud. La semana pasada, por ejemplo, un artículo recién publicado en JAMA, la revista de la Asociación Médica de los Estados Unidos confirma la evidencia de que las personas con depresión tenían un mayor riesgo de diabetes tipo 2 y viceversa. En última instancia, la diabetes puede pasar factura de pies a cabeza. En el cerebro, aumenta el riesgo no solo de depresión sino también de problemas de sueño y apoplejía. Pone en peligro la visión y la salud dental. Según algunas estimaciones, entre el 50 y el 80 por ciento de los hombres con diabetes padecen disfunción eréctil y deterioro de la líbido entre las mujeres.

El desafío para los médicos es convencer a los pacientes de que la diabetes es una amenaza importante para la salud. Sin embargo, el mensaje de los médicos ha ido de tratar de garantizar que la enfermedad es tratable al extremo contrario, replanteando el mensaje para comunicar mejor la gravedad de la enfermedad.