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Salud mental, sufrimiento y futuro

Antonio Sánchez González

La salud mental es un reto para la medicina del siglo 21. Y, sin embargo, las enfermedades que caen bajo su denominación permanecen ocultas y estigmatizadas. Estos trastornos, que ya son la principal causa de discapacidad en el mundo desde 2020, en particular los trastornos cognitivos, los trastornos de ansiedad y la depresión, han aumentado considerablemente con la crisis vinculada a la pandemia de Covid-19.

Es probable que tengan un impacto duradero en el futuro de nuestras sociedades ya que, en particular, han afectado a los jóvenes. Los costes económicos y sociales de estas patologías son considerables: quienes las padecen tienen esperanza de vida reducida de quince a veinte años, y, en algunos países del mundo occidental, significan partidas muy importantes del gasto en salud, a veces por delante de las enfermedades cardiovasculares y de los cánceres, con costos directos e indirectos del orden de los miles de millones de dólares anuales.

Pero, la salud mental sigue siendo el pariente pobre de nuestro sistema occidental de atención médica. La investigación, ya sea pública o privada, no satisface suficientemente las necesidades que plantea.

La financiación de la investigación pública en psiquiatría representa sólo cifras marginales, regularmente menores a una vigésima parte del total de los presupuestos de investigación biomédica en Europa y en Norteamérica, varias veces menos, proporcionalmente, que el destinado a investigar y tratar otras dolencias que causan sufrimientos en montos equivalentes y tanta discapacidad.

En cuanto a la investigación hecha por la industria privada, se compromete poco con él porque considera que este ámbito sigue siendo demasiado arriesgado. El mismo escenario aplica cuando se aprecia desde el punto de vista de la elección de las carreras médicas: por ejemplo, casi el 30% de los puestos de psiquiatras están vacantes en Francia. Y la enfermedad mental es posiblemente uno de los últimos tabúes sociales. Todavía no se habla libremente sobre este tema.

Las personas que viven con un trastorno psiquiátrico son estigmatizadas y aún no se atreven a hablar de su discapacidad. Es la hora de salir de esta situación que condena a millones de nuestros conciudadanos en el mundo a sufrir su enfermedad en lugar de combatirla, con un arsenal terapéutico muy inadecuado.

La ciencia y la tecnología, a través de la innovación que aportan, ofrecen hoy oportunidades sin precedentes que deben aprovecharse, sin demora, para mejorar la prevención, el tratamiento y la atención de las personas enfermas. Sirva de ejemplo el primer Plan Cáncer echado a andar por el sistema sanitario francés en 2003: ese plan y los que siguieron permitieron vertebrar a la comunidad científica francesa en torno a un tema compartido por todos en su país y luego en el mundo.

El progreso fue entonces deslumbrante: desde 1990 y hasta 2015, la supervivencia aumentó en 9 puntos para el cáncer de mama, 11 puntos para el cáncer de pulmón y 21 para el cáncer de próstata. Más allá de eso, la imagen del cáncer en el mundo cambió radicalmente. Una enfermedad que era tabú se convirtió en una lucha que hay que ganar.

Es hora de movilizarse colectivamente, con la misma fuerza, en apoyo de quienes padecen enfermedades mentales. Hay ejes que parecen esenciales: desarrollar la prevención y el seguimiento de la salud en este ámbito evaluando las causas (genéticas y ambientales) con mayor precisión, desde edades tempranas; fomentar el desarrollo de innovaciones terapéuticas basadas en el descubrimiento de los mecanismos subyacentes a la enfermedad mental.

Se pueden identificar diversas teclas de acción para lograrlo: trabajar juntos a través de las fronteras y a través de la diversidad de enfoques y disciplinas para desarrollar plataformas y colaboraciones que aceleren la innovación terapéutica; seguir cohortes de pacientes vinculadas a grandes bases de datos compartidas que pueden ser explotadas por herramientas de inteligencia artificial; desarrollar nuevos mecanismos de financiación para la investigación público-privada; romper estereotipos y fortalecer el atractivo de las especialidades de la medicina dedicadas a atender a estos grupos de enfermos.

Hacer de la salud mental una prioridad de los sistemas sanitarios del mundo también sería clave para avanzar en el reconocimiento de las causas en sus dimensiones sociales, políticas y económicas.