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Salud, desnutrición y ciudadanía.

Antonio Sánchez González.

Médico.

No es frecuente encontrar las palabras política, gobernabilidad y nutrición en la misma frase. Esto es sorprendente. Si el término gobernabilidad se refiere a la aptitud de un país que es capaz, responsable y sensible a las necesidades de sus ciudadanos, entonces la desnutrición es un buen ejemplo de un problema que tenemos que ver como un asunto ligado a la gobernabilidad en su conjunto y no tratarla simplemente como un problema de salud.

Para enfrentar a la desnutrición, es fundamental que un gobierno cuente con aptitud técnica, responsabilidad y capacidad financiera. En ese momento, los gobiernos deben hacer acopio de su capacidad para coordinar la acción a través de programas de salud, planes para la actividad agrícola, y la infraestructura educativa y sanitaria. También deben tomar en cuenta que rara vez se manifiestan los síntomas clínicos de la desnutrición moderada y leve, por lo que es fácil pasarla por alto. Por último, la pequeña ventana de oportunidad para la acción, desde la concepción hasta los dos años de un hijo de una mujer miserable, la capacidad de respuesta se vuelve absolutamente vital. Estas no son meras soluciones tecnocráticas, sino difíciles disquisiciones políticas.

Entonces, ¿cómo politizar a la desnutrición para que obtenga la atención -y las soluciones- que se merece? Todavía es un problema global y nacional importante: el 30% de todos los recién nacidos en el sur de Asia y África subsahariana sufren retraso del crecimiento y en México casi el 14% de los niños tienen talla baja, en el grupo de edad de cinco a catorce años la desnutrición crónica es del 8% en las poblaciones urbanas, y la cifra se duplica en las rurales, al tiempo que la prevalencia de la desnutrición crónica es tres veces mayor en el sur que en los estados del norte. Las secuelas duran la vida entera.

En la práctica, la participación colectiva en salud puede tener lugar de forma más o menos continua, a través de mecanismos establecidos, o de forma esporádica. Los mecanismos que se encuentran comúnmente disponibles son la elección de representantes para los distintos órganos de gobierno (aunque la capacidad de influir de esta manera en las políticas de salud es realmente lejana), comisiones mixtas formadas por representantes de las instituciones de salud y otras fuerzas sociales o a través de organizaciones comunitarias. En algunas ocasiones la población decide llevar a cabo acciones esporádicas para solicitar transformaciones específicas, acciones como la recogida de firmas, manifestaciones, visitas a las autoridades organizadas colectivamente, etc.

En la historia mundial reciente, hay dos casos de éxito referentes a la politización de la desnutrición, de Brasil y Perú. El modelo de Brasil es bastante conocido, con los presidentes Cardoso y Lula da Silva que hicieron de la seguridad alimentaria una alta prioridad para sus gobiernos.

El del Perú es un ejemplo menos conocido. La historia central es que una coalición de organizaciones no gubernamentales peruanas e internacionales consiguió que los candidatos presidenciales en las elecciones generales de 2006 firmaran un compromiso por la nutrición. Esto condujo a un plan de 100 días de acción que lideró el presidente Alan García, que movilizó a la sociedad civil y los medios de comunicación, y que logró una reducción de cinco puntos porcentuales en la tasa de retraso del crecimiento de menores de cinco años en un plazo de cinco años. La historia continuó con un plan a largo plazo que adoptó el presidente Humala. La nutrición, envuelta de política electoral, obtuvo el apoyo de todos los partidos.

¿Por qué la sociedad civil peruana fue tan efectiva en este caso? Los análisis ulteriores mostraron que el nivel de transparencia con que se manejó la campaña fue el factor que movilizó a la sociedad civil. En México hay otras urgencias sanitarias que ameritan estrategias públicas y sociales similares. La diabetes es una de ellas.

 

Fotografía: CUARTOSCURO