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Reflexión en torno al erotismo: arte y abismo

Priscila Sarahí Sánchez Leal


El primer llanto del recién

nacido no es el aire que precisan

los pulmones para respirar, es el

deseo cuando dice sí.


Maritza Buendía


Adentrarse en el terreno del erotismo es, ante todo, un acto subversivo. Cuando dicha palabra nos sale al encuentro, no sabemos qué hacer ante ella, acaso le tememos, porque erotismo es, de acuerdo con George Bataille, la aprobación de la vida hasta en la muerte.

Bataille distingue tres tipos de erotismo, el de los cuerpos, el de los corazones y el sagrado. Cada uno, a su manera, pone en juego una continuidad perdida al nacer, que se recupera en la muerte.

En el trayecto de la vida, el ser humano se encuentra en un estado de discontinuidad que sólo se interrumpe en los lapsos que brinda la experiencia erótica, entendida como digresión de la vida.

Entre dos seres hay un abismo que los separa, sin embargo, en el instante preciso en el que se resuelve, se recupera la continuidad, aunque fugaz; hay erotismo. Así, el arte cuando logra salvar ese abismo, por medio de experiencias estéticas, se torna profundamente erótico.

El erotismo conjuga mente y cuerpo, oculta y devela, es misterio y revelación, transita por las emociones, la sensibilidad, el deseo, la creatividad. Es una búsqueda que deviene en “exuberancia de la vida”, es experiencia vivida, soñada e imaginada.  

Hay algo de misticismo y pinceladas de arte en el erotismo, que es juego, actividad mental y recreación. En esta lógica, cualquier cosa puede llegar a ser erótica desde la óptica y sensibilidad idóneas, cuando continuidad y discontinuidad se reconcilian, al menos por un instante.

La misma historia de la humanidad, en sus múltiples facetas, se mueve, por naturaleza, en la lógica del erotismo, a las más profundas pasiones y ensoñaciones; es catarsis y alquimia, al mismo tiempo que muerte.

Citando a Bataille, “lo único que podemos hacer es sentir en común el vértigo del abismo. Puede fascinarnos.” Reflexionar en el sinfín de vínculos ocultos, que subyacen en la palabra “erotismo”, es también una forma de transgredir la discontinuidad de la vertiginosa vida.