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MIGRANTICIDIOS

Jaime Santoyo Castro

Si juntáramos cada letra de la enorme cantidad de disposiciones normativas protectoras de los transmigrantes que nos obligan a los mexicanos tanto en los instrumentos internacionales, como en las Constituciones de la República y de los Estados, así como en las Leyes y Reglamentos de los tres niveles de gobierno, más los discursos y expresiones de defensa de los migrantes, y cada letra, convertida en ladrillo la pegáramos una con otra, podríamos construir un puente desde aquel lado del Río Suchiate hasta de aquel lado del Rio Bravo, de manera tal que los migrantes no tuvieran que pisar suelo mexicano, y llegarían sin penurias hasta la tierra del sueño americano.

Qué lástima pensar en que nuesto país, para los migrantes de Sur y Centroamérica, se haya convertido en el callejón del diablo, donde por su condición de migrantes, aprovechándose de su indefensión, de su pobreza, del desconocimiento del terreno, del clima, son acechados por una pléyade de fieras que las despojan de lo poco que llevan, que les quitan su dignidad y hasta su vida. El pueblo mexicano, otrora visto como amigable y solidario, que alimentaba, protegía y animaba a los transmigrantes a su paso, es ahora visto con miedo y desconfianza porque entre sus filas se ha introducido el mal.

La travesía por suelo mexicano para los transmigrantes es un verdadero terror, porque fíjense bien lo que sufren: Son enganchados y engañados por polleros, que los trasladan como animales, en condiciones infrahumanas, y cuando ven peligro los abandonan a su suerte, contando en cada tramo del trayecto con la conveniente ceguera de las autoridades que cuidan los caminos.

En las estaciones migratorias, donde deben ser considerados como refugiados, son tratados como criminales, privados de su libertad y sin derechos, ni siquiera a los más minimo que es el agua y el alimento, y en esos lugares, en ocasiones deben hacer pagos, sufren vejaciones, humillaciones, violaciones, desapariciones, secuestros, y pérdida de vida, como ha sucedido en Ciudad Juárez.

En las diversas rutas que siguen, sufren toda clase de ataques, asaltos, insultos, robos, inseguridad, engaños y accidentes y desapariciones; sufren disminución de sus facultades físicas, e incluso pierden la vida.

De qué tamaño será el hambre, la pobreza e injusticia en la que viven para que salgan junto con sus mujeres y niños huyendo de sus pueblos a enfrentar tantas adversidades? Cada delito en contra de ellos, cometido en razón de su condición migratoria, debería ser tipificada como migranticido, y debería castigarse muy severamente, particularmente a todas las autoridades que disimulan, participan y se prestan a cometer tantas atrocidades.