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Mi ser y mi hipocondría

– Antonio Sánchez González, médico
“Si, doctor. Tengo esa tendencia a asumir lo peor”.
“Por ejemplo, mientras caminaba por la calle el otro día, una pequeña gotita de agua cayó de algún lado, imagino de una azotea, como si el destino la guiara allí y aterrizó directamente en mi boca”.
“Mi respuesta fue de pánico inmediato. Recientemente había oído hablar de un hombre en Los Ángeles, conocido de mi primo, que murió repentinamente de una enfermedad bacteriana y en unos minutos me había convencido de que tendría el mismo destino: me estaba muriendo, rápidamente. No sabía cómo o cuándo sucedería, pero estaba seguro de eso. Cada malestar y dolencia lo confirmaban: tos, dolor de estómago, dolor de cabeza leve. Todas estas eran pruebas de algo muy malo”.
“Si todo esto parece irracional, es porque lo es. Lo sabía, incluso en medio de mi pánico. Y, sin embargo, no podía pensar en nada más que la enfermedad que estaba seguro había comenzado a crecer dentro de mi cuerpo”.
“Me revisé muchas veces a mí mismo para saber su tenía fiebre. Repasé los posibles escenarios sobre los que había leído en revistas de salud y en internet. Hice un catálogo de posibles enfermedades, calculando cuál podría ser la más probable”.
“Me morí ese día, en mi imaginación, cientos de veces”.
“Mire, doctor, desde que tengo memoria he sufrido de una forma aguda de hipocondría. Temo enfermedades raras como la fascitis necrosante, la rabia, al estafilococo dorado resistente a meticilina, el síndrome de Guillain-Barré y el de Creutzfeldt-Jakob. Temo cada forma imaginable de cáncer. Temo trastornos neurológicos como la esclerosis múltiple y la esclerosis lateral amiotrófica que me han enfermado con tal ferocidad y determinación que me he dado los síntomas: mis músculos se contraen, me tiemblan los miembros y me siento débil. Temo ser prisionero de mi propio cuerpo, perder lentamente el control, aunque la verdad es que ya lo perdí”.
“No, doctor, la mayoría de los que están cerca de mí no saben sobre mi hipocondría. No saben cuántas veces he visitado a los médicos, cada vez seguro de que he sido condenado a muerte cuando ignoran mis preocupaciones. Podría decir que soy algo así como un germofóbico, cuando pocos saben que me lavo las manos unas 30 veces al día y que desinfecto meticulosamente cada raspada o cada herida”.
“Irónicamente, toda esta antisepsia ha destruido mi piel. Mis manos están secas y agrietadas, mucho más vulnerables a las bacterias. Así es ser hipocondríaco: un ciclo que estoy tratando constantemente de superar, un ciclo de retroalimentación en el que el miedo a estar enfermo crea una necesidad de un comportamiento correctivo que a su vez crea nuevos temores”.
“Leí todos los estudios médicos y resúmenes que puedo, a menudo en secreto, y examino cuidadosamente la epidemiología de cada enfermedad o condición para calcular mis probabilidades de estabilizar mis palpitaciones. Ocasionalmente, encuentro alivio en la curativa precisión de la probabilidad estadística”.
Las personas sufren mucho por enfermedades mentales y de ninguna manera estoy sugiriendo que ignoremos su sufrimiento. Mi punto es que, al igual que los métodos de tratamiento, la forma en que determinamos qué es saludable y qué no, varía con el tiempo y las culturas, y esto es algo que a menudo se pierde en un mundo que busca soluciones rápidas.
“Veo la hipocondría como una curiosa bendición. Mi negativa a menudo absurda a aceptar que estoy saludable me ha obligado a considerar cosas que nunca hubiera considerado. A permanecer inseguro”.
La muerte y la enfermedad son una parte fundamental de la experiencia humana, al igual que las reacciones a ellas, como el miedo, la ansiedad y la tristeza. Aunque, a veces las cosas duelen sin una razón clara.