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Manuel Álvarez Bravo, el Fotógrafo

Amparo Berumen

A José Antonio Rodríguez, Historiador de las imágenes.

In Memoriam.

Estando ya cercana la Premiación de nuestro XIII Concurso de Fotografía LUZ y CAFÉ –realizado ininterrumpidamente año tras año desde sus inicios–, viene a mi mente la figura entrañable del fotógrafo mexicano Don Manuel Álvarez Bravo. Uno de los pioneros de la fotografía de autor, sus célebres imágenes siguen vigentes dentro y fuera de nuestro ámbito nacional. Tanto es así, que a diecinueve años de su muerte la herencia fotográfica y documental del maestro se reinventa frente a nuestros ojos, retoma su cauce cautivador, vuelve a contar en blanco y negro aquellas historias que en el llamado período del Renacimiento Mexicano, rescataron y reivindicaron nuestros usos y tradiciones. Rescataron nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestros sueños.

Manuel Álvarez Bravo formó parte de la generación posterior al movimiento revolucionario, en el que se fue develando la cultura nacional en todas sus voces, sus tramas, sus esperanzas. Voces y rostros indígenas, voces originarias de la gente común casi siempre ignoradas. Imágenes mayormente surgidas de los pueblos pequeños con su ánimo festivo, sus objetos, reliquias, ironías, ambigüedades…

La fotografía de Álvarez Bravo me lleva mucho a la de Juan Rulfo. En ellas quedó para siempre inscrita esa búsqueda permanente de la identidad nacional que, a través de una tradición gráfica y pictórica, había sido esencial desde principios del siglo XIX. Y al repasarlas una y otra vez renace aquí dentro el legítimo deseo de honrar las cosas de nosotros, las de siempre, las que nos han unido desde que nacimos, esas que hoy para muchos han perdido importancia.

Al hablar de la fotografía rulfiana, Carlos Fuentes selecciona “dos imágenes modestas” –los rieles y los magueyes– porque le hablan de un Rulfo que retrata «los extremos de unas formas totalmente artificiales y de otras totalmente naturales». Leamos lo que anota Fuentes: «Entre los rieles y los magueyes, la humanidad rulfiana transita o se detiene en espacios históricos de los muchos Méxicos. Aparecen aquí los monumentos del pasado indígena pero también los del pasado español (…) La maravillosa dignidad de las figuras humanas retratadas por Rulfo no es ajena a su estar enraizadas ante el espacio que configura y al tiempo que transforma. Paradoja de México: las ruinas son eternas, la novedad es ruinosa. Las construcciones indígenas y españolas que retrata Rulfo han durado siglos. El rascacielos más reciente está destinado a desaparecer en cincuenta años».

En sus tomas recurrentes al maguey, Álvarez Bravo a veces juega con ese símbolo entrañable. Ya se ha comentado reiteradamente la foto en que el maestro remoza esa imagen donde la flor del maguey simula una antena de televisión. Magueyes en la ventana, en las casas, en el campo, en las calles del pueblo…

Testigo del acontecer histórico, el maestro no hizo propio ningún hecho dado a conocer a través de su lente. Su búsqueda de la mexicanidad no se cumplía a la luz de los reflectores, sino en su cercanía a la vida de los más olvidados, de los que ocasionalmente aparecen como por milagro, sin buscarlos en ninguna parte. De los que en el anonimato están realizando su labor habitual. Estampas hondamente espontáneas, alejadas de una elocuencia estética novedosa o romántica, que invitan a descubrir con nueva pupila las cosas en su aparente sencillez cotidiana.   

Bien se ha dicho y repetido que la historia del siglo XX no es concebible sin el arte de la fotografía. Imágenes inolvidables que han circulado en todo el mundo, marcando con tinta indeleble la diversidad y el hacer de los pueblos. Y se ha dicho con solvencia que la historia del siglo XX mexicano no es concebible sin la fotografía de Manuel Álvarez Bravo. Considerado autodidacta, muy pronto fue ganando admiradores devotos. Porque muy pronto su obra dio constancia de su acercamiento a importantes personajes de la fotografía como Tina Modotti y Edward Weston. En 1924 conoció a André Breton. Ya en los años treinta fue también reconocido por Paul Strand y Henri Cartier-Bresson. En 1938 Breton le encarga una fotografía para la portada del catálogo de una exposición surrealista a realizarse en París. Gracias a esta solicitud, surge la célebre imagen, La buena fama durmiendo.

Una serie de operaciones prácticas encaminadas al resguardo y exhibición de su obra, como han sido las diversas exposiciones dentro y fuera de México; el acondicionamiento de un espacio con control de temperatura y humedad para el archivo que cuenta con más de 35 mil negativos; dar a conocer más ampliamente su participación en el cine como fotógrafo de fijas durante 17 años; recordar su labor como promotor de los artistas plásticos con las exposiciones en la galería que montó en su departamento, y al cabo abordar diversos aspectos poco conocidos del artista, son acciones encaminadas a honrar la vida y la obra del fotógrafo mexicano más conocido en el mundo: el entrañable Maestro Don Manuel Álvarez Bravo.

amparo.gberumen@gmail.com