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Los amigos de Ramón López Velarde proyectan un retrato hablado de él

José Muro González

Habiendo sido invitados, por el gobernador de Zacatecas, un grupo de amigos de Ramón López Velarde, además de dos o tres intelectuales conocedores de la obra del poeta, incluyendo un clérigo que conoció al bardo siendo este un joven, emprendieron el viaje por tren, en 1926, desde la Ciudad de México hacia la capital zacatecana.

El vagón de lujo que transportó a estos visitantes estaba dotado de dos mesas, en torno a las cuales, los integrantes de este grupo pudieron sentarse cómodamente frente a frente, lo que facilitó un largo y fructífero diálogo entre ellos, que duró todo el trayecto, en el que decidieron evocar la memoria del poeta jerezano, desde que este llegó a la Capital en 1914, y hasta su fallecimiento en 1921.

Todo esto de acuerdo con el ameno relato que incluyó el escritor Guillermo Sheridan en su libro “Un corazón adicto, la vida de Ramón López Velarde y otros ensayos afines”. En esta entrega se incluyen las opiniones y puntos de vista expresados por los diferentes miembros de este grupo sobre diversos tópicos de la forma de ser y de la vida y obra del poeta las cosas: desde por qué no usaba reloj hasta por que no quería tener hijos.

Si uno le preguntaba por qué no usaba reloj, contestaba: “¿Para qué? El día sólo tiene veinticuatro horas”. – Yo lo conocí desde que estábamos juntos en Aguascalientes, en 1905 o 1906. Hacíamos una revista que se llamaba “Bohemio”. – Yo sí lo conocí cuando llegó en el catorce. Nos juntábamos en casa del doctor González Martínez…Se platicaba y leía poesía… El doctor se impresionó con él. Decía que Ramón tenía un aire francamente provinciano y una simpatía de hombre sano y bueno…

Barba Jacob decía que iba a ser el mejor de todos. – Y no olvides que el doctor tuvo y manifestó reticencias al principio, sobre su poesía. – Es cierto. El doctor se sentía incómodo por algunos giros y procedimientos que le parecían retorcidos. Yo no sé si hubo algo de celos ahí. A fin de cuentas, el doctor era el último príncipe de la corte modernista y Ramón se aparecía como el primer sublevado moderno.

Yo creo, hasta la fecha, que fue el doctor quien lanzó a algunos de sus seguidores más jóvenes, como Torres Bodet, en contra de Ramón. Sé también que se arrepintió luego, y que lograron una amistad consolidada. –

En junio de ese año, en “El Mundo Ilustrado”, Tablada escribió un artículo en el que prejerezano, desde su forma lenta de hablar, pasando por algunas de sus extravagancias, así como las primeras opiniones en torno a su poesía, a los ojos del importante crítico literario, el Dr. Enrique González Martínez, y hasta la triste reacción de Ramón ante el asesinato de su tío, el sacerdote Inocencio López Velarde.

El rico diálogo de estos viajeros comienza con lo expresado por el cercano amigo de López Velarde, Rafael López, cuando este dice: “Yo creo que sería muy agradable que evocáramos entre todos a Ramón durante este viaje; cumpliríamos su propósito, que es homenajear a Ramón, antes de las zonzadas esas de los discursos y las placas conmemorativas…” – Nada había en sus palabras que desconcertara.

Ningún brillo. Ningún deseo de brillar. Villaurrutia, sobre ello escribió que “Palabras lentas que buscaban su sitio en la frase que a veces moría, cuando López Velarde juzgaba que ya no era indispensable que siguiera viviendo, aun antes de terminar. Si había algo que desconcertara en su persona, ese algo era, la sencillez.” – Tenía Ramón un arte de conversar muy suyo. Le gustaban las charlas lentas y sosegadas.

Cuando se sentía en un ambiente propicio no le importaba el tiempo, dejaba correr las horas en morosa lentitud y disertaba con aplomo sobre las razones que lo llevaban a hacer sentaba a Ramón y lo comparaba con Francis Jammes. Incluía un poema, “Del pueblo natal”. – Pero Ramón no estaba contento. Andaba mal de dinero, como siempre.

Sacaba algo de “Revista de Revistas”, donde comenzó a escribir, pero andaba mal…Eduardo J. Correa quiso nombrarlo Jefe de “El Regional”, también en Guadalajara, y tampoco quiso. Decía que le había costado trabajo llegar a México y que ahora se quedaba aquí a como diera lugar. Lo que lo fastidió mucho fue el asesinato de su tío Inocencio. – El Padre López Velarde, sí.

Lo conocí en Jerez. Bautizó a Ramón. Iba con frecuencia. Lo mataron en Ojocaliente las fuerzas de Benjamín Argumedo. – No; lo mataron los villistas en Zacatecas. Un generalote se prendó de una muchacha y trató de casarse con ella a la fuerza. El Padre López Velarde se negó a oficiar.

Un par de meses más tarde el general aquel regresó y lo vio y se acordó y lo mató en caliente. Ramón estaba furioso y guardó un luto severo durante algunas semanas y se negó a escribir, por eso son contados los trabajos fechados en 1914. ¿Te acuerdas Enrique, de cómo había que arrastrarlo al Gambrinus, con Manuel Horta y Jesús Soto? Apenas si comía algo y se negaba a ir al teatro y se regresaba a su casa, a pie, como siempre.