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Lo cotidiano y lo patológico

– Antonio Sánchez González, médico
¿Cómo decidimos qué emociones, pensamientos y comportamientos son normales, anormales o patológicos?
Esto es esencialmente lo que un grupo selecto de médicos, principalmente psiquiatras, decide cada vez que revisan el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), considerado una «biblia» para los profesionales de la salud mental de todo el mundo.
Pero las preguntas como esta no pueden ser contestadas solamente por los científicos. Esto fue demostrado ruidosamente cuando la homosexualidad fue desclasificada como enfermedad mental en el DSM en 1973. La decisión no se basó en nuevas evidencias científicas, sino que se dio como un cambio obligado por la presión de los activistas. Casos como este muestran las limitaciones de la medicina y es donde los filósofos, sociólogos y éticos se vuelven útiles, indispensables, a la práctica médica.
El DSM fue publicado por primera vez por la Asociación Americana de Psiquiatría en 1952 para crear un lenguaje común y criterios estándar para referirnos a los trastornos mentales. Ahora es utilizado en todo el mundo por médicos, investigadores, compañías de seguros y farmacéuticas, el sistema legal y los responsables de la formulación de políticas públicas sanitarias.
Con cada edición, las revisiones del texto han ampliado gradualmente el número de trastornos mentales al tiempo que también se eliminaron algunos otros como resultado de nuevos conocimientos o de otras circunstancias como el cambio de valores sociales. A lo largo de los años muchas de estas enmiendas han causado controversia. Las críticas a la edición más reciente se deben a que muchos pensamos que medicaliza comportamientos normales como la inquietud, el comportamiento estridente y la timidez.
Si hacemos caso a esa última edición, tres rabietas a la semana, negatividad, irritabilidad y enojo son suficientes para etiquetar a un niño con el nombre de un trastorno de la conducta. Esa etiqueta hace suponer primero que el niño está sufriendo de un problema y, en segundo lugar, que el problema es patológico. Sin embargo, uno también puede preguntarse por qué es el niño quien debe ser etiquetado y no los padres. Por ejemplo, ¿por qué no tenemos un diagnóstico llamado «incapacidad paterna para disciplinar el desorden infantil»?
La definición del «problema», tanto como definir a la persona que lo sufre y quien es el que pone la etiqueta a cada «sufrimiento» son los juicios de valor que implican prejuicios culturales y las asunciones de los individuos que formulan esos juicios. Si no examinamos correctamente esos juicios de valor, corremos el riesgo de poner etiquetas que implican daño y discriminación.
Por ejemplo, la histeria «fue» un «trastorno mental» que supuestamente sólo afectó a las mujeres e incluyó una amplia gama de «síntomas» tales como arrebatos emocionales, alucinaciones, demasiado o muy poco apetito sexual, irritabilidad y dificultades para tener una vida diaria normal. Aunque la histeria ha desaparecido ahora de diagnosis psiquiátrica oficial, hay elementos de él presentes dentro de otras enfermedades psiquiátricas bien definidas, la más notable de las cuales se llama desorden disfórico premenstrual (TDPM).
Comúnmente descrito como una forma más severa de estrés premenstrual, el TDPM ha sido sujeto de discusión porque vuelve enfermedad lo que posiblemente sea el conjunto de reacciones correspondientes al conjunto de circunstancias estresantes que afectan desproporcionadamente a las mujeres en una sociedad moderna que no ha alcanzado la igualdad de género.
Asimismo, la tristeza, el insomnio y la inapetencia pueden ser reacciones normales de cara a una pérdida (como en el caso del duelo) y no necesariamente indicadores de enfermedad mental. De hecho, comportamientos como estos pueden actuar como una señal positiva de que algo está mal, funcionando como un catalizador de la salud.
El DSM sólo se centra en estos «síntomas» y no toma en cuenta el contexto del individuo. Esto en sí mismo es un juicio de valor.
Esta es la razón por la cual nuestro proceso de clasificar las enfermedades mentales debe involucrar a expertos para quienes examinar los juicios de valor sea cotidiano. Los bioéticos y filósofos de la medicina están entrenados para que los juicios de valor sean justos y se analicen en profundidad.