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Las políticas culturales

AMPARO BERUMEN


El destinatario de la política cultural pública es el ciudadano. 
Pero a veces los espacios de debate acaban siendo 
espacios de defensa de los intereses sectoriales.


Azucena Klett.

Frente a esta crisis que asola hoy nuestros instantes, las instituciones del país y las de nuestro estado y las de nuestros municipios, tienen enfrente el reto de reformular unas políticas culturales que puedan traer beneficios reales a los ciudadanos. Porque una cosa es el discurso y confundir la cultura con cualquier número de cosas, y otra es lanzar un programa y sostenerlo con resultados amigables, tangibles. ¿Hay algo mal hecho en estos procesos de decisión? Sí. Cuando se trata de ajustar el presupuesto, lo primero que hacen los gobiernos es sacrificar las participaciones destinadas a la Educación y Cultura.

Pocos ignoran que las consecuencias de los errores gubernamentales son grandes y graves porque mueven a millones. Mas hoy parece que nos hemos acostumbrado a los acontecimientos y conmemoraciones cuyo fin es convertir a los personajes de la historia en entes celebrables, con miras mayormente a que el ciudadano consuma cultura, cuando el objetivo final y primordialísimo, es que participe en ella activamente y se genere una simbiosis. Éste debe ser también nuestro compromiso personal.

Todo indica que el Estado no se interesa mayormente en las fechas históricas, sino en el presente. Veamos si no: cuando se necesita conocer nuestro pasado histórico, se leen con frecuencia textos lindos o se exhiben cuadros o bailes lindos y se aplaude, sabiendo muchos de nosotros que es en la voz del pueblo, en el alma misma del pueblo, con un lenguaje casi siempre censurado por la Real Academia, donde se encuentra nuestra certeza histórica. Y se halla aquí por la implícita razón de que cualquier movimiento social es imposible, si no se da en la mente del pueblo que lo realiza.

¿En qué medida el arte en nuestro país ha sido resultado de las políticas culturales? En otros países y en el nuestro es grande la inversión en la llamada cultura de masas ofrecida a través de encuentros, festivales, y otras muy diversas actividades, dando a suponer los organizadores que son satisfactorios los logros que arroja la implementación de dichos programas, a sabiendas de que muchos de estos actos NO han sido estéticamente concebidos para públicos numerosos. 

Y viene a bien preguntarse: ¿tiene hoy el arte la fuerza de originar verdaderos cambios sociales como la tuvo, por ejemplo, el muralismo mexicano? No hay que olvidar nunca este referente cultural, esta idea colectiva. No hay que dejar atrás lo más distintivo de una generación que tomó conciencia, como acaso ninguna otra, del poder y las ventajas reales del arte y la cultura, puestos a disposición de los bienes masivos y como solución a problemas sociales. 

No es falso decir que muchas veces las políticas culturales han llevado hoy a perder el proyecto de fondo social, y a una disminución de las obras nacidas en la dificultad, y hasta a la producción repetida de obras ajenas a un razonamiento crítico, por caer el artista en el equívoco y en el silencio suficientes para atraer el interés de las instituciones, y de muchos que median entre dichos tinglados y el artista, cuando sabemos que éste ha requerido siempre un cierto aire de desarrollo autónomo.

Por lo demás, habrá que decir también que aun aislados, se han tenido importantes aciertos. Que al menos no se ha padecido en nuestro país la deserción de los creadores a causa de una política cultural excluyente o que les haya impedido expresarse con libertad en su patria. Mas pocos imaginan el verdadero CONTROL que el Estado puede tener sobre la producción artística, sobre las instituciones principales de la cultura, y ahora también sobre el llamado turismo cultural que tantos ingresos está dejando a las ciudades. Y no se trata aquí de nombrar a nadie o de citar ejemplos sandios. Se trata solamente y ante todo, de señalar el decaimiento de las tácticas gubernamentales que han pretendido, sin lograrlo apenas, el desarrollo de una política cultural que hoy no viene a ser sino el reflejo de los repetidos avatares que ha padecido la economía, mil veces quebrantada, de este México nuestro. 

Ojalá llegue el día en que los programas culturales logren formar a un ciudadano lector, espectador, participativo y, al mismo tiempo, preparado para entender lo mejor e incluso lo más espurio del arte, que aquí también tenemos. Porque cultivar en la gente la capacidad de pensar, de investigar y, en consecuencia, de CUESTIONAR, es sin duda cultivar la inteligencia. La autocrítica y la reflexión de los errores puede ser un canto a la dignidad. 

amparo.gberumen@gmail.com