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Las Doce Plantas de Café

Amparo Berumen

Entre los muchos lujos de la mesa, el café puede

ser considerado como uno de los más valiosos.

Él atisba la alegría sin intoxicación, y el placentero

flujo de espíritus que ocasiona nunca es 

seguido de tristeza, languidez o debilidad.

Benjamín Franklin.

De la narrativa fantástica que cobija a los pueblos de la antigüedad, y arropada entre las ambarinas hojas de la historia del café o en las voces heredadas de una generación a otra, se cuenta de un Sultán turco, Kazím Badreddin, noble señor que recibía el alba y despedía el ocaso hundido en la aflicción, debido a que su hija, hermosa princesa, era víctima de un padecimiento extraño que le hacía brotar espuma por la boca.

El atribulado Sultán permanecía en búsqueda de un médico que hiciera desaparecer dicho mal, hasta que un buen día le llegó el rumor de que en un reino de la antigua Persia llamado Bagdad, habitaba un prodigioso mago oriundo de la China, cuyo poder principal era aliviar las enfermedades  anómalas.  

Presto y esperanzado, el Sultán le mandó venir haciéndole saber que poseería la mitad de su reino y otros tesoros, si lograba encontrar cura a la princesa. Sabio y prudente, el mago dijo al Sultán no ambicionar riquezas, con la certeza, dada su sapiencia, de que éstas no aportan relevancia a la grandeza del espíritu. Y, dada su sapiencia, a cambio de otorgar salud a la princesa, el médico solicitó doce plantas del fruto rojo que hecho infusión, ennegrecía como la noche, perfumándola con la delicadeza de sus flores y el ensoñador aroma del jazmín. El objetivo oculto de aquel hombre era sembrarlas en su amado país, la lejana China.

El Sultán, agobiado ante tal argumento petitorio por comprender la magnitud de semejante recompensa, en actitud grave y silenciosa recordó que el Profeta había prohibido que la dádiva del cielo fuese otorgada a los herejes. Tal sentencia afligía hondamente al monarca, al grado de impedirle conciliar el sueño durante dos días completos.

Obligado a tomar tan crucial decisión pidió clemencia a Alá, confiando en ser absuelto. Entregado a la luz de la oración, vislumbró el camino que le llevaría a complacer al sabio, pagando el alto precio a sus servicios. Y se le ocurrió la astuta idea de proponer al médico, otorgarle doce esclavas que llevarían cada una escondida en su enagua una planta del divino fruto, sabiendo que por devoción y fidelidad a su amo, ellas no revelarían lo ocurrido. El secreto permanecería herméticamente guardado, ya que en los pueblos del Islam, a las mujeres cuyo rostro aparece cubierto no las toca ni la mano de Dios.

Muy complacido, el sabio aceptó el ofrecimiento del Sultán, y presuroso se encaminó en busca de la mágica hierba curativa, que para asombro del amoroso padre resultó ser la planta del café. Con gran ritual preparó el brebaje, siete porciones más fuerte que habitualmente se hace, indicando a la princesa tomarlo cinco veces al día hasta recuperar la salud.

El Sultán gozoso por el bienestar de su hija pagó lo prometido al mago quien, no menos gozoso, partió a su país llevando consigo las plantas de café escondidas en las enaguas de sus doce doncellas, que a decir de la leyenda, son las doce especies que se producen en China.

Pese a las investigaciones, no se han podido encontrar más datos acerca del médico chino. Nadie supo si las doce esclavas permanecieron con el rostro cubierto sin ser tocadas ni por la mano de Dios… Lo que sí se asegura es que, dada su sapiencia, el sabio encontró su recompensa entre las enaguas, seguro de que por devoción y fidelidad a su amo, ellas no revelarían lo ocurrido, aunque poco tiempo habría de guardarse el secreto, pues por todos fue sabido que las doce se reprodujeron…

amparo.gberumen@gmail.com