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La vieja receta de la austeridad

Jaime Santoyo Castro

¿Qué no hay otra?

En México hemos visto, durante los últimos 50 años, una interminable serie de problemas económicos que ha enfrentado la hacienda pública, cuyos compromisos de gasto son insuficientes frente a sus exiguos ingresos, pero siempre, una de las recetas suele ser la austeridad en el gasto público, que conlleva a la declaración de suspensión de obras y programas, cancelación de viáticos, y pago de líneas telefónicas, disminución de ingresos a personal de confianza, crecimiento cero de personal, etc. y en esta temporada no podía ser la excepción, aunque no sea más que una solución retórica, pues no contribuye a mejorar la economía de la nación, ni se cumplen sus postulados.

A la baja de sueldos y salarios, entra el suplemento del bono; al crecimiento cero de personal, lo sustituye la contratación por honorarios, y la consabida tarjeta de autorización del jefe para contratar por excepción a alguien; las compras consolidadas que tienen el objeto de disminuir costos y los contratos de obra, son orientados en favor de proveedores agradecidos, y lo que es más grave; esta dizque disminución de prestaciones al personal, obliga a tender puentes hacia la obtención de recursos de manera ilegal, propiciando así la corrupción.

Esta receta entonces, no sólo no nos alienta; no creemos que se cumpla, y tampoco creemos que sea correcta. Un buen servidor, como los hay en los diversos niveles de gobierno, merece ser tratado con justicia, pero lamentablemente con frecuencia vemos que los amigos, que no son eficaces, reciben mejores prestaciones por ser amigos leales, aunque ineficaces. El gobernante en turno paga la lealtad a su persona, aunque no se cumpla con la institución ni con la sociedad, pero paga con los recursos del pueblo.

Ese es el verdadero problema de México y por ello creeríamos en una medida restrictiva del gasto cuando se anunciara que se daba de baja en nómina a los amigos; que se cancelarían las obras no esenciales; cuando se orientara el gasto a la creación de empleos y al desarrollo de oportunidades para los jóvenes y los pequeños empresarios, cuando se dedicaran los recursos a combatir la pobreza sin políticas asistencialistas, a generar capacidades para formar agentes de desarrollo; cuando veamos a los corruptos en la cárcel y reintegren lo saqueado al erario público. Entonces creeremos en una verdadera transformación.