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La vida hospitalaria y enfermedades comunes en tiempos de Covid

Irene Escobedo López

Para los que se atienden en urgencias, no hay pruebas rápidas ni ordinarias de Covid-19

En los nosocomios se viven realidades extremas que sufren en primera persona médicos, enfermeras y personas comunes.  En tiempos de Covid, los servicios médicos atienden no solo pacientes contagiados. En Clínicas y hospitales de Zacatecas, los pacientes ingresan y egresan en un vaivén constante para atenderse también de otras patologías, que no admiten pausas.

Tras 14 meses de iniciada la Pandemia por Coronavirus, los hospitales han casi normalizado el servicio. Los pacientes han retornado a atenderse de sus padecimientos comunes y a hospitalizarse, sin reparar en los riesgos por Covid, sino motivados por su salud integral.

En el Hospital General de Zona número uno del IMSS en Zacatecas, todo es movimiento. A primera vista, pareciera que es el mundo de antes, cuando todo tipo de enfermedades se atendían lejos, muy lejos de cualquier indicio del Covid. De la pandemia el único rastro aquí es el uso de los cubre bocas -se deben portar día y noche incluso para dormir-  y el gel escasamente dispuesto en los accesos.

En el servicio de urgencias todos los derechohabientes que demandan el servicio son bienvenidos., Para los que se atienden de urgencia en la Unidad Médica de Atención Ambulatoria UMAA no hay pruebas rápidas ni ordinarias de Covid-19.

El personal médico no repara en la posibilidad de difusión del virus. Con extrema dedicación todo se enfoca en la atención de los pacientes, las enfermedades y accidentes. Toman sus precauciones, pero confirmaran cualquier contagio solo si el paciente es programado para cirugía. Antes de esto, cualquier signo es considerado solo sospecha.

A primera vista, pareciera que es el mundo de antes lejos de todo indicio de Covid

Observados por el personal de seguridad privada que presta sus servicios a la Institución los familiares de los pacientes entran y salen del hospital las 24 horas del día. Hay desencuentros. La gente dice que les falta sensibilidad, capacitación. Los criterios en estos filtros son discrepantes. Lo que está permitido para algunos, para otros es prohibición.

No se admiten visitas. Los familiares pueden ingresar bajo la categoría de relevo en el cuidado del paciente y permanecer por lo menos dos horas a pie de cama y máximo cuatro. Pero en casi todos los casos los relevos son escasos. La mayoría de los cuidadores hace turnos de 12 o hasta 24 horas.

Cada uno vive su propia experiencia dolorosa en un espacio reducido, con una silla rígida a disposición para acomodarse durante el día y el piso para dormir por las noches. Algunos pueden gozar de una silla adaptable a cama. Pero el mobiliario está en malas condiciones.

Aquí se convive con todo tipo de patologías y con el riesgo continuo de contagiarse de Covid-19.

Ingresan pacientes oncológicos, con secuelas por diabetes, heridos por arma blanca, arma de fuego, accidentados con traumas, candidatos a cirugías por vesícula, apendicitis, mujeres embarazadas próximas a dar a luz, y todo tipo de enfermedades comunes y comorbilidades. Pese a la pandemia, ni las patologías ni la atención médica han cesado.

En este como en todos los hospitales hay enfermedad, tristeza y llanto, pero también esperanza y sonrisas. Las que más evidencian sufrimiento son las madres con sus hijos hospitalizados. Los que mayor tranquilidad irradian son algunos pacientes que van por su quimioterapia. En su semblante se lee el anhelo por recuperarse, por una vida otra vez.

Mientras tanto en los pasillos, el rechinar de las ruedas de los carros con medicamentos, alimentos para los enfermos, ropa de hospital, camillas y sillas de ruedas es constante. También hay voces que avisan que trajeron para la venta gorditas rellenas de todo, tortas, frituras, dulces y el catálogo del mes, compra-venta exclusiva para quien porta gafete.

Al improviso, la actividad en los pasillos se ve abruptamente interrumpida. Se arma un alboroto, una estampida. Nunca corrí tan rápido. La parvada la ocasionan camilleros con vestimenta anti Covid. Están ingresando a una paciente contagiada. Es inevitable advertir que se trata de una persona humilde. Se le ve asustada y va encorvada, como protegiéndose de los curiosos para entonces ya refugiados tras los pilares y muros cercanos para evitar contraer el contagio.

El protocolo de tránsito en esta ocasión como en las tres subsecuentes, en lunes de semáforo verde, se limitó a un par de difusores de cloro, un cubre bocas para el paciente y el preaviso de los camilleros que advertían “paciente Covid”, mientras avanzaban sobre una línea trazada en el piso con la leyenda flujo Covid.

Desde los improvisados escondites se observa el infortunio, la gente reacciona, algunos ríen, pero como reacción al miedo. Con el paciente contagiado ya sea en silla de ruedas o en camilla, los encargados de trasladarlo permanecen más de 5 minutos en el área común con el paciente contagiado, esperando la disposición del elevador. Luego habrían de recorrer medio hospital.

Detrás de ellos llega el encargado de la limpieza. Debe sanitizar el elevador. Se lamenta en voz alta y se interroga a sí mismo: “otra vez, si lo acabo de limpiar”. Un minuto después todo vuelve a la normalidad, cada uno en su trinchera, pacientes y personal de salud, y mientras tanto el área de flujo Covid vuelve a la calma, al tumulto, a ser rumorosa.