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La música en Diciembre

AMPARO BERUMEN

Ha llegado otra vez Diciembre con su aura festiva y amistosa que inspira a todos a estar bien. Los villancicos anuncian el Nacimiento de Jesús, creando una atmósfera gozosa. Se iluminan los hogares, las calles, las ciudades, y nos dejamos llevar por la música, por los músicos, por su historia…

En aquel tiempo… entre 1703 y 1717, el extraordinario músico alemán Johann Sebastián Bach vivió etapas muy importantes de actuación como organista. En esos años produjo el grueso de sus obras mayores y más famosas para órgano. Pero ansioso de un puesto más importante, aceptó en Kôthen ser responsable especial ante la orquesta de la corte. Al no exigirle allí música de iglesia, compuso en ese tiempo su inigualable obra de clave y cámara incluidos los Conciertos de Brandenburgo.

Fue nombrado cantor de la Escuela de Sto. Tomás de Leipzing en 1723, escribiendo por ese tiempo casi 300 cantatas, de las que se perdió una tercera parte. De su obra mencionemos las pasiones de San Mateo y San Juan, la Gran Misa en Si Menor, el Magnificat, el Concierto Italiano, y las bellísimas Variaciones Goldberg…

A principios del siglo XVIII había dos Collegia Música en Leipzig; uno de ellos lo fundó Telemann, y fue dirigido por Bach entre el período de 1729-1737. En este Colegio, Bach daba conciertos en dos cafés propiedad de Gottfried Zimmermann, y durante el verano estos divertimentos se ofrecían al aire libre en los jardines. Pensando seguramente en esas tardes musicales y aromadas, hacia 1732 Bach escribió la “Cantata del Café”, siendo ésta una de las pocas cantatas profanas de sublime intención. Y quedó asentado que Christian Friedrich Henrici, quien escribía bajo el seudónimo de Picander, es el autor del texto marcadamente ingenuo y retozón. En la trama, Lieschen, una joven vivaz, juguetona y voluntariosa, pero muy afectuosa, enfrenta a su padre, quien le prohíbe tomar café. Ella exclama:

“Oh, ¡cómo me gusta el café azucarado!
es más dulce que mil besos,
más dulce que el vino moscatel.
Café, café, te necesito;
Y si alguien quiere confortarme,
Oh, ¡que me sirva un café!”

El padre en su desesperación, le dice que no asistirá a fiestas, ni le comprará un vestido ni asomará al balcón, y para colmo no recibirá nunca de su mano broche de oro o plata. Ella contesta que obedecerá en todo, más no en lo del café. Como último recurso, el padre le dice en tono de sentencia que habrá de aceptar nunca tener marido:

“¡Oh, si, mi señor padre, un marido sí!
Oh, café mío, abandonarte he!
Mi señor padre, escuchad luego
Que ya más café no bebo”.

El padre muy satisfecho se va en busca de un marido para su hija, y ella se promete a sí misma: “Ningún pretendiente habrá de franquear el umbral de esta casa, si no promete en los esponsales que podré seguir tomando mi café”.

amparo.gberumen@gmail.com