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La Casa de los Azulejos

AMPARO BERUMEN

A los aciagos días del Imperio siguieron los del sosiego y el bienestar. En 1872, ya muerto Juárez, México despertó entre aires nuevos y un nuevo sol, debido a los cambios políticos y sociales que pronto se darían. En el transcurso de esos cuarenta años del Porfiriato en que la Patria se encontró importunada por la influencia extranjera, la aristocracia criolla se vio en definitiva obligada a guardar por siempre sus títulos nobiliarios, para colaborar en la reconstrucción de la economía…

En esos tiempos fue firmada la escritura de compra-venta de la célebre Casa de los Azulejos, el 27 de octubre de 1871, por el abogado poblano don Rafael Martínez de la Torre –defensor de Maximiliano y amigo de los Condes de Orizaba, antiguos dueños– quien pagó, después de haberse procedido al remate, cuarenta y dos mil pesos de un avalúo de sesenta y tres mil.

Este talentoso abogado gozaba de una posición que le permitía lucir la Casa de gala en veladas poéticas adonde acudía un grupo al cual perteneció, que se hacía llamar Bohemia Literaria, dirigido por Ignacio M. Altamirano, Guillermo Prieto, Manuel M. Flores, Manuel Acuña “y otros caballeros escritores bohemios”. Tertulias que regalaban “los acordes de la música instrumentada”, a las que igualmente asistía Manuel Gutiérrez Nájera, quien hizo también célebre la Casa y su calle Plateros.

Pocos años habitó la mansión el prominente abogado, por fallecer prematuramente. La familia se vio entonces obligada a ponerla en venta, y en noviembre de 1877 fue adquirida por don Felipe Iturbe y Villar, quien por establecer su residencia en París habitó la Casa corto tiempo, siendo arrendada al exclusivo Jockey Club Mexicano, fundado en 1881 a instancias del General don Pedro Rincón Gallardo que había ostentado el título de Marqués de Guadalupe. “La primera temporada de Jockey se organizó al año siguiente, cuya solemne inauguración se llevó a cabo el 27 de abril de 1882”. Integraban la membresía reconocidos hombres de negocios que disfrutaban del lugar donde había “sala de armas, gabinetes de fumar y dormir la siesta, boliches, comedores, salones de lectura, de conversación, de baccará, de whist, de póker, de billar…” Un escaparate de esplendor al mundo que ofrecía condición social acorde al régimen porfirista. “Era el lugar privilegiado para la hora del aperitivo, y los banquetes de cocina francesa eran regados con burdeos, riojas, borgoñas y botellas del Rhin; siendo grande la afición a la champaña… Aunque uno de los miembros acabó por imponer ocasionales adobos, moles, chilmoles y pipianes de la gastronomía nacional, acompañadas con champaña”.

El Jockey Club llegó a pagar trescientos pesos de renta mensual por la majestuosa construcción, y a lo largo de sus veinte años de establecido, se sucedieron anécdotas en medio del apogeo, la opulencia y el dispendio.

En 1892 se hicieron a la Casa diversas adaptaciones, en tanto iniciaba adentro una nueva etapa de romanticismo y refinamiento clásicos del siglo XIX. Con el surgimiento del Modernismo destacó Manuel Gutiérrez Nájera con todos sus seudónimos, quien en sus artículos y poesía revelaba solamente una ciudad ultraculta y europea.

Gracias a los juicios y añoranzas de los hombres de letras, hemos tenido acceso a la historia no sólo heroica, sino romántica y social de lugares plenos de memoria, como lo anota mi poeta de cabecera Ramón López Velarde: “Recuerdo la tempestad que se alzó en la Cámara de Diputados con la declaración de que la avenida Plateros era el vicio ambulante”.  

A la entrada de la Casa de los Azulejos se colocaban sillas que eran ocupadas por los socios. Y en este reiterado recreo miraban con displicencia a los paseantes, no así las bellas que a determinada hora aparecían en medio del glamour: sugestivos peinados, sombreros, encajes y “géneros de conformidad con las modas francesas que dan gracia y gallardía al bello sexo”.

Ágil, nerviosa, blanca, delgada,

media de seda bien restirada,  

Gola de encaje, corsé de crac!

nariz pequeña, garbosa, cuca,  

y palpitantes sobre la nuca

rizos tan rubios como el cognac.          

Manuel Gutierrez Nájera.

amparo.gberumen@gmail.com