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Juventud y democracia

Antonio Sánchez González, médico.

Si el estado de una sociedad se puede leer a través de los sentimientos de su juventud, las mediciones publicadas a través de los últimos años por las instituciones de la República diseñadas a propósito y las organizaciones ciudadanas dedicadas a tales menesteres son a la vez reconfortantes e inquietantes. Así, parece que el 75% de los jóvenes de 18 a 24 años dicen ser felices, una especie de gran victoria en estos tiempos de Covid. La defensa de las causas relacionadas con el género, la diversidad sexual, del medio ambiente, que son hoy sus grandes causas, poco a poco comienzan a propagarse a toda la sociedad, como prueba de que están siendo escuchados. Su relación con el trabajo, más centrada en la realización de una pasión que en la búsqueda de la seguridad, está en desacuerdo con lo que sus mayores buscaban, una señal de que algo está cambiando.

Lo que les interesa menos, en cambio, es la palanca para cumplir su sueño. La democracia representativa, tal como funciona, les concierne cada vez menos. Incluso parece darles la espalda peligrosamente: La mayoría de ellos dice que no puede indicar su preferencia partidista, ya sea porque no sabe lo suficiente sobre los partidos o porque ninguno corresponde a su elección.

Este desencanto no es nuevo. Hay que vincularlo a la crisis de los partidos y las organizaciones políticas, al declive de las ideologías, a la dificultad de los gobernantes para cumplir sus promesas. Tampoco es exclusivo de este tiempo. Afecta a todas las generaciones, pero parece ser motivo de especial preocupación entre los jóvenes, que no tienen el pasado político de sus mayores. Alimenta la abstención en una categoría que vota poco.

Aún más grave, esta realidad conduce a un desapego de la democracia. Mientras que la mayoría de los jóvenes de 18 a 24 años cree que votar sigue siendo una forma de marcar la diferencia, casi la mitad no considera «muy importante» vivir en un país gobernado democráticamente. A esta duda se suma una especie de legitimación de la violencia política: casi uno de cada dos jóvenes en la sociedad mexicana considera comprensibles los signos de agresividad contra los cargos electos y casi uno de cada cinco considera aceptable degradar a un cargo o institución pública.

Esta crisis de la democracia representativa es grave. Exige respuestas vigorosas que deben ir mucho más allá de las medidas simbólicas que se debaten un día si y otro no en el entorno público, como podría discutirse otorgar el derecho al voto a jóvenes de menos edad. Una de las principales lecciones de estas encuestas es mostrar que no hay uno sino grupos de jóvenes, principalmente fracturados por las desigualdades sociales y culturales.

Para aproximadamente un tercio de los jóvenes integrados en la sociedad, que desean participar democráticamente pero que hoy no encuentran un canal para hacerlo, el desarrollo de la democracia participativa, a través de convenciones ciudadanas, puede ser una respuesta convincente. Muchas mujeres jóvenes que están movilizadas de manera clara en los temas del medio ambiente o la reducción de las desigualdades están buscando actualmente una manera de tener éxito en su lucha sin unirse a un partido o una asociación. Es necesario desarrollar nuevas formas de participación.

Pero, para los demás, que viven como integrados desconectados, rebeldes o transgresores, la asignatura central es la escuela, que, en el estado actual, no logra dar una oportunidad a todos. Es más, el estado actual del sistema educativo mexicano, en el que se ha apostado por becar a todos sin exigir resultados mínimos, en el que se eliminó la mitad de los programas destinados a mejorar la calidad de la educación superior y en el que se abolió el sistema que medía la calidad de la educación, no serviría como medio de propiciar la integración a la sociedad en la que se de un mayor nivel de participación ciudanía diferente a la especie de comunitarismo primitivo al que intentan llevarnos quienes en este momento ejercen el poder a través de prácticas democráticas simples -simplonas- como los ejercicios a mano alzada.

En particular, no debe olvidarse destacar a esa minoría creciente de jóvenes que viven en condiciones sociales desafiantes, que sienten que están sobreviviendo en una sociedad hostil, incluso racista, y que justifican el uso de la violencia más que otros. Ausente hasta ahora del temario público, el tema de la integración debería, sin embargo, suplantar a todos los demás.