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José Reyes Meza, Tampiqueño Ilustre

Amparo Berumen

De no haber sido pintor habría sido torero,

de no haber sido torero habría sido cocinero.

José Reyes Meza.

En una de mis gozosas, reiteradas visitas a la Ciudad de México, adquirí el libro de arte José Reyes Meza, hecho en México y editado en España en 2008, que muestra en sus páginas parte de la obra mural, nacionalista, apetitosa y siempre luciente, del creador nacido en nuestro Puerto de Tampico, en 1924.

La significativa trayectoria del maestro José Reyes Meza dentro del muralismo mexicano, lo ha situado como el último de los grandes creadores de esa época que marcó un parteaguas en la historia del arte en nuestro país. Época de mentes brillantes que instauraron a través de la expresión estética en todas sus voces, una conciencia nacional. De su obra mural citemos el Casino de la Selva en Cuernavaca, Morelos; la Presa Raudales en Malpaso, Chiapas; los murales en mosaico en el Pan American National Bank de Los Angeles, California; el Edificio del Registro Público de la Propiedad, CDMX; la Universidad Autónoma de Tamaulipas, campus Ciudad Victoria y Tampico, etc. Y su obra de integración plástica en diversas iglesias…

En la fantasía de los lápices, pinceles, lienzos, nos muestra también Reyes Meza un país rico y abundante: los paisajes mexicanos con sus volcanes, las mujeres bañándose en los ríos del trópico, los frutos jugosos de explosivos colores en sus bodegones, los enigmas de la tauromaquia, y mucho más.

Durante la presentación de este libro realizada en Nuevo Laredo, Tamaulipas, el maestro habló de aquellos, sus primeros años aquí en el puerto: “Mi bagaje era rico en experiencias anímicas producto de un mundo natural casi primitivo, en donde la magia de la naturaleza y su exuberancia regía la razón de ser de este pedazo de México, la Huasteca Tamaulipeca, en donde la violencia del Río Tamesí conformaba los esteros generadores y protectores de todas formas de vida: acuática, del aire, así como vida intermedia, caimanes, lagartos, nutrias, iguanas, etc., torrentes de agua cargados de vida que, desembocando en la Laguna de Champayán, unían su destino con Tampico para fusionarse con el potente Pánuco y llegar al mar. Éste fue mi mundo de infancia que ha perdurado en lo más profundo de mi ser, hasta ahora reflejado en mis pinturas, y lo expongo en estos momentos en que una pequeñísima parte de mi producción pictórica se presenta en este libro cuyos cuadros originales, tropicales y huastecos permiten, si se acerca el oído a la pintura, escuchar el murmullo de la Huasanga, la Petenera o el Fandanguito”.

Al emigrar Reyes Meza a la Ciudad de México, incursionó en diversas disciplinas: a los dieciocho años ingresa al Instituto Nacional de Antropología e Historia, etapa en la que asume su amor por la pintura; posteriormente desarrolla una fuerte actividad dentro del teatro y, a los veinticuatro años, ya en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, le toca en suerte recibir las enseñanzas, entre otros académicos distinguidos, de mi siempre entrañable Francisco Goitia, zacatecano ilustre nacido en Fresnillo.

Hoy puede decirse, sin lugar a dudas, que fueron muchas las pasiones de José Reyes Meza: el arte mural y el de caballete, la teoría del dibujo, la ilustración de libros, la escenografía teatral, los toros, la cocina! Y quiero detenerme justo aquí, en la cocina siempre aromada, para escuchar nuevamente sus palabras: “Corría el año de 1935 y conseguí mi primer trabajo en Tampico a los once años: mozo de cocina en el restaurante de la compañía petrolera inglesa El Águila, ahora PEMEX. Fui feliz como aprendiz de cocinero, pues obedecía a mi tercer impulso vocacional. Ahí descubrí el principio del todo, el goce de vivir a través de ese trascendente acto de magia que es la cocina; ella conlleva algo o mucho de místico, está unida a un acto vital del hombre que desde el principio está con el Verbo, pues en el verbo están las palabras y en las palabras la receta, y en la receta la acción de crear –cocina de por medio y por lo tanto fuego–, materializando, por así decirlo, los sabores, los perfumes, los colores y las texturas de las sustancias que Dios crea y viven en la tierra, en el agua y en el aire. Experiencia que puso en mí las bases para la realización de bodegones, naturalezas no muertas, sino vivas, en una perenne quietud en donde la belleza de la vida manifestada perdura para siempre. Vida manifestada que en un acto de cocina se transmuta para alimentar al cuerpo, y en un acto de cocina pictórica se transmuta para alimentar el espíritu”.

En la página de presentación de esta joya editorial, el maestro Emilio Carballido escribió: “Reyes siempre ha sido maestro de la composición y del dibujo. Su color es certero y se ha vuelto agresivo a veces. Pero nunca lo abandona un lirismo profundo que es muy suyo, ese amor a las cosas, ese deleite del paisaje con agua y nubes, o ese acabado moroso y amoroso de la figura humana. Tiene el talento para murales gigantescos. Ha realizado algunos de los más colosales que existen en México. Y para el paisaje pequeño, la naturaleza muerta breve: siempre la respiración justa, el sentido de proporción, el deleite de la buena pintura que no tiene época ni moda y que brota de sus manos como su acto vital más significativo y duradero. Y lo digo a pesar de sus hijas, de sus libros: Reyes Meza se ha tejido un universo vibrante y activo y ese universo de su arte lo teje a él, lo envuelve y lo vivifica: eso nos da, eso recibe. He tratado, pero es difícil intentar describir ese panorama inmenso, de veras kilómetros de obra. Que afortunadamente para nosotros sigue creciendo”. In Memoriam.

amparo.gberumen@gmail.com