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INFLACIÓN Y DEMAGOGIA

Antonio Sánchez González. Médico

Lo que llama la atención en la vida pública de nuestro país, desde las últimas décadas, es la facilidad con la que los políticos inmediatamente tienen a su disposición soluciones milagrosas, obvias, sencillas y, por lo tanto, por supuesto indiscutibles, para todos los problemas, sean políticos, sociales, económicos, tecnológicos. Soluciones todas tan obvias y sencillas que los ciudadanos compramos en un dos por tres, desde la política de abrir changarros hasta la facilidad con la que se acabaría la corrupción barriéndola como se barren las escaleras, de arriba para abajo.

Sin embargo, la complejidad de las cuestiones que enfrentamos en México es tal que requeriría, por el contrario, más trabajo, racionalidad, modestia y un intercambio abierto de puntos de vista, necesariamente contradictorios, variados y múltiples, de los diferentes actores de la sociedad, sobre la comprensión del estado del mundo real y sobre las respuestas posibles y realistas a los problemas que nos están fastidiando la existencia.

Además, su clara falta de valor cívico y la demagogia de las posturas de los políticos impiden que nuestros líderes y representantes nos digan ciertas verdades a los ciudadanos.

Para mejorar la salud del debate público en México, que es malo la inmensa mayoría del tiempo, cuyo síntoma más evidente son los discursos indignantes, moralizantes y maniqueos, escuchados cada mañana desde hace casi 4 años y luego reproducidos en las redes sociales, es necesario hacer un acto de pedagogía para ayudarnos a los ciudadanos a tomar la medida de esta complejidad.

No se trata de cinismo, sino de pura honestidad. Tomemos, para ilustrar el punto, el ejemplo de la cuestión de la inflación y la consecuente pérdida del poder adquisitivo que es, prácticamente, el único que ha estado en boca de todos durante los últimos meses.

Que la solución haya pasado por una alternativa cuya base estaba fundamentada exclusivamente en términos de gasto de dinero público a través del subsidio de los precios de las gasolinas, es realmente asombroso. Se olvidó que, al mismo tiempo, se está desarrollando una guerra a las puertas de Europa, que se avecina tanto una gran crisis energética caracterizada por un recorte de los suministros, con riesgos de falta de energía el próximo invierno y por el aumento de los precios del petróleo y el gas, como también una crisis alimentaria. la inflación está empezando a galopar debido a un aumento en el precio de las materias primas, se ve una pérdida de actividad productiva que, por poner el ejemplo de Zacatecas, se traduce en una severa y crónica pérdida de empleos como no se veía en más de una década, lo que explica en el mismo particular las múltiples dependencias de nuestra economía por el dinero líquido que llega a través de las remesas que, finalmente, afectan a nuestra economía.

Ciertamente, es difícil decir a los ciudadanos que el principal problema es su poder adquisitivo, y más fácil multiplicar el dinero gratis y los subsidios, ahora aplicados a los más ricos como sucede en el caso del escondido en los litros de gasolina, desafiando la necesidad de reducir nuestro consumo de energía y acelerar la transición energética, poniendo voluntariamente al erario público en números rojos imponiéndole pérdidas para limitar el aumento de las facturas de los consumidores: estamos tratando de hacer frente a situaciones sociales dramáticas para los hogares más modestos, cuando estos últimos requieren una atención específica de la más alta prioridad.

Pero, sobre todo, garantizamos la paz social y no decimos la verdad a los mexicanos que los prepararía para un difícil mañana. Lo cierto es que sin una política decidida de creación de valor basada en acción renovada del Estado para la educación, la investigación, la seguridad y la salud, sin actividad industrial digna de ese nombre focalizada en liberar las fuerzas de la producción, y con tributación focalizada, el nivel de nuestro poder adquisitivo se mantendrá artificialmente regalando dinero que no tenemos y por tanto deudas que dejamos, por un egoísmo indudablemente consciente e irresponsable, a las generaciones futuras, y que esto no podrá durar para siempre.

En estas condiciones, el poder adquisitivo está destinado a disminuir inexorablemente. No hay que ser un economista experimentado para entender que, si el PIB es la suma de inversión y consumo, a un crecimiento constante del PIB el poder adquisitivo solo puede disminuir en un contexto de afectación de la inversión y que la única solución para mantener este consumo es el crecimiento del PIB.

Esto significa más trabajo (y no menos), más formación, educación, investigación, más producción, sostenible por supuesto, más competitividad del aparato industrial, más energía y soberanía industrial.

¿Cuándo se tratarán finalmente estos temas de manera seria, abierta y pragmática, sin demagogia, para que nuestro mañana no sea más difícil que nuestro presente y para que se garantice realmente un poder adquisitivo digno para aquellos de nuestros compatriotas, muchos, que viven hoy en condiciones difíciles? ¿No es este finalmente un proyecto capaz de movilizar al país, y más particularmente a su juventud, que parece que no considera esta perspectiva?