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Ilegal o no

Antonio Sánchez González, médico

El cuerpo de un joven está en medio de la escena. Un traje funerario le cubre sus heridas de bala. Un coro canta pasajes del evangelio y el predicador exhorta a la gente decente a luchar en la guerra de pandillas de la droga que se ha cobrado la vida del muchacho. Entonces, de repente, los dolientes se tiran al piso para cubrirse. Desde un automóvil que pasa, la pandilla de rivales del niño muerto ratifica su venganza con nuevas descargas de armas automáticas.

Es una escena de «Colors», la película de pandilleros de Los Ángeles cuya temática amenaza en convertirse en una realidad generalizada. Acontecimientos como estos incitan a hablar de legalizar las drogas. Posiblemente tiene sentido, pero los costos sociales y de salud de algunas drogas pesan mucho en contra de tal concesión.

En México, las dificultades en la aplicación de la ley son ampliamente evidentes. Durante los dos sexenios previos y lo que va de este se han rediseñado una y otra vez los planes de batalla para combatir el tráfico de drogas. Mucha gente piensa que la batalla no se puede ganar. Además, la gran mayoría de los mexicanos está menos preocupada por el uso indebido de drogas que por sus efectos secundarios: delincuencia callejera, corrupción de las fuerzas del orden y el largo etcétera que nos afecta. La legalización de las drogas se dice, podría redistribuir los enormes beneficios económicos que genera.

Recuérdese las lecciones de la prohibición. Prohibir el licor no impidió que los estadounidenses bebieran y creó a toda una generación de mafiosos. Pero el ejemplo de la prohibición también apoya el caso opuesto. Si bien fracasó como política social, fue un triunfo sanitario. La enfermedad mental y física relacionada con el alcohol disminuyó drásticamente durante la década de 1920 y luego se disparó después de la derogación en 1933. Eso es un argumento en contra de la legalización de algunas drogas. La heroína infringe graves problemas de salud en los individuos y en la sociedad. Las sobredosis y los niños nacidos adictos son comunes. Las agujas compartidas por los adictos propagaron el SIDA en otra época. El número de adictos se ha estabilizado, lo que hace que el tratamiento a gran escala sea más práctico. Hay medicamentos que bloquean el deseo de heroína mientras permiten el funcionamiento normal. Legalizar la heroína sería una tontería, dadas las oportunidades de tratamiento.

La cocaína causa graves problemas de salud en gran escala. Se estima que más de cinco millones de mexicanos la utilizan; el crack y el cristal, sus derivados, han sido drogas de amplio uso entre los más pobres. La idea de legalización y permitir su uso es alarmante. La cocaína y sus derivados a menudo incitan al comportamiento agresivo y la paranoia, y la popularización del crack y el cristal infligen nuevas cargas al sistema sanitario nacional y los servicios sociales. Su uso ha incrementado la mortalidad infantil en algunas zonas y aumento en las admisiones en hospitales psiquiátricos. Se estima que agrava problemas que van desde la falta de vivienda hasta el abuso infantil.

No parece que haya tales problemas de salud con tintes tan dramáticos asociados con el uso de marihuana. Según el Instituto Nacional Contra las Adicciones, el consumo de marihuana «deteriora la memoria, la percepción, el juicio y las habilidades motoras finas», pero también lo hace un vaso de vino. Los problemas de salud reales ameritan un análisis serio para ser demostrados. Es posible que unos 15 millones de mexicanos la consuman.

El mercado de la marihuana vale unos 50 mil millones de dólares anuales. Gravar esas ventas podría generar miles de millones para combatir otros problemas de drogas. Sin embargo, si la sociedad se vuelve más permisiva con la marihuana, la lección subyacente sigue siendo clara. Cambiar el estatus legal de otras drogas solo cambiaría los costos; la sociedad pagaría. Caro, de todos modos.