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Hosanna en las alturas

AMPARO BERUMEN

 

En Navidad no deseo más una rosa.

Shakespeare.

Igual que siempre, estos días de Diciembre traen religiosamente a mi memoria la imagen de aquellos años en que esperaba con emoción la venida del Niño Dios. La madrugada era muy fría y larga. Junto al nacimiento colocaba una inocente carta, y mi vigilia se veía prolongada esa noche blanca. Por la mañana, los juguetes nuevos y la cocina tibia y perfumada era lo mejor de la casa…

Cuánto me recuerdan estos días del invierno la antigua chimenea de los abuelos con su inquieto fuego nocturno, y las cancioncillas junto al nacimiento…

 

Los cantos y los vuelos

invaden la extensión,

y están de fiesta cielos

y tierra… y corazón.

Resuenan voces puras

que cantan en tropel:

Hosanna en las alturas

al Justo de Israel.*

 

La recordación de aquellos años renueva en este tiempo mis acuerdos con el horno y el fogón. Las especias balsámicas subliman los sabores de la cocina propiciando en la mesa el acercamiento. El olor a pan y a otras magias escapa del horno antes de la cena…

En muchos países, el pavo ha sido una tradición en la mesa de Navidad. El primer tratado que habla de los diversos condimentos para prepararlo data de 1591, pero desde antes había sustituido en Europa al pavo real y al majestuoso cisne. Ya en el siglo XVIII el pavo trufado ocupó en las mesas francesas un lugar insuperable.

Un devoto adorador de este manjar fue el gran músico y refinado gourmet Giacomo Rossini (¿quién no recuerda el Filete Rossini?). Los biógrafos de este personaje excéntrico cuentan que en su vida sólo lloró tres veces: cuando fue abucheado en el estreno de El barbero de Sevilla; cuando oyó a Carafa cantar un aria seráficamente, y cuando en un paseo en barca un pavo trufado cayó al agua… ay!

En Diciembre la gente deambula fluctuante con una lista interminable de artículos y regalos que alegrarán a familiares e invitados. Las tiendas parecen una estación de ferrocarril anunciado una nueva hora de llegada a poco de salir. La Noche de Paz provoca un impasse en todos aquellos que precisan internarse en el supermercado. De vuelta en casa es menester revisar la mantelería, la cuchillería, la cristalería, la vajilla. Las veladoras de la estancia, las luces discretas, las velas de la mesa para la cena. Sí. Para algunos Diciembre es un mar de prisas y emociones. Es el mes de la celebración, del champagne, de los buenos propósitos y hasta de los buenos modales…

Alguien ha dicho que la Navidad es la que nos hace ver, sin miramientos, que hemos dejado de ser niños. Y es cierto… Leamos si no, esto que escribió Ignacio Manuel Altamirano: “¿Quién que ha nacido cristiano y que ha oído renovar cada año, en su infancia, la leyenda poética del Nacimiento de Jesús, no siente en semejante noche avivarse los más tiernos recuerdos de los primeros días de la vida?”

Y decía yo al principio que este tiempo trae siempre a mi memoria aquellos años en que esperaba con emoción la llegada del Niño Dios. La madrugada era fría y larga. Por la mañana los juguetes nuevos y la cocina tibia y perfumada era lo que más me gustaba…

 

 

*Nochebuena (fragmento), Amado Nervo.

amparo.gberumen@gmail.com