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Esclavizados o liberados por la información

Por José Guillermo P.H.

Hoy tenemos acceso a una cantidad de datos impensable hace tan solo algunas décadas, podemos adquirir nuevos conocimientos desarrollados y difundidos por personas de todo el mundo en cuestión de segundos y en la palma de nuestras manos. Esto ha revolucionado el mundo de los negocios -por poner un ejemplo- pues ya no es necesario invertir grandes sumas ni hacer largos viajes para conocer nuevos productos, mejores técnicas de producción o materiales novedosos.

La revolución digital ha traído consigo a gran velocidad avances tecnológicos sin precedentes y ha puesto a disposición de la humanidad poderosas herramientas para mejorar nuestras vidas; pero como toda herramienta, éstas pueden ser utilizadas tanto para hacer el bien, como el mal.

Las imágenes que parecen salidas de Hollywood del capitolio de los Estados Unidos siendo tomado por un grupo de personas -algunas de ellas armadas- y evitando que el congreso de aquel país certificara las elecciones presidenciales han dado la vuelta al mundo y causado un fuerte impacto en la sociedad, especialmente en aquellos que han estado al tanto de los efectos de la información falsa y teorías de conspiración en ciertos grupos sociales.

Siempre ha existido el debate de si las personas tienen la capacidad real para tomar decisiones simples sobre temas complejos que afectan a sus países o al mundo entero. Un claro ejemplo de esto son las restricciones implementadas para mitigar la propagación del Coronavirus; se ha difundido por parte de especialistas y autoridades globales en la materia las acciones que todos deberíamos tomar para lograr disminuir el número de contagios y de muertes. Sin embargo en la mayoría de países, las restricciones tienen que hacerse cumplir por parte de los gobiernos, pues gran parte de la sociedad por sí misma, al dársele la libertad de decidir, simplemente ignora a los expertos y científicos y cree en lo que quiere creer.

Y esa tendencia por parte de una enorme cantidad de personas a creer en lo que le es más grato y no en lo que es más sensato ha sido aprovechada a lo largo de la historia por demagogos y charlatanes una y otra vez. El razonamiento lógico se ve relegado por el instinto primitivo y emociones a las que el demagogo alude y que luego se encargan todos de envolver en un pobre sistema de “razonamientos” basados en conjeturas erróneas. Así se crean enormes cajas de resonancia donde aquellos que desean creer en estas informaciones falsas se alientan unos a otros y se convencen entre sí de que tienen la razón.

El flujo y acceso a la información son una herramienta que, como cualquier otra, puede ser peligrosa en las manos equivocadas. No tendría por qué ser tabú el afirmar que no todas las personas saben qué hacer con un acceso ilimitado a información, pues es más que evidente que muchos carecen de la capacidad para discernir entre lo que es real y lo que no. Siempre ha habido y habrá personas sin escrúpulos dispuestas a manipular y engañar al público, por eso debe hacerse lo necesario para regular y limpiar el flujo de datos.

Antes del internet y las redes sociales, esto ocurría -imperfectamente desde luego- mediante la selección de información, la investigación y la consiguiente reputación formada por medios de comunicación, universidades, periodistas y científicos. Aquellos cuyas profesiones son buscar y difundir la verdad y el conocimiento. Hoy estas voces tienen que hacerse escuchar en un mar de charlatanes e ignorantes que se encargan de difundir disparates, algunos de ellos muy peligrosos.

Por eso, las recientes acciones por parte de algunas redes sociales y empresas tecnológicas para por fin restringir la difusión de mentiras es un primer paso que aquellos que están a favor de la verdad celebramos, y aquellos que viven de la mentira, condenan.