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“¡ESAS GENTES DE JEREZ..!”

José Muro González

No deja de ser lamentable que, en la actualidad, como sucedió también en el pasado, personas talentosas y preparadas, en vez de encontrar oportunidades favorables para desarrollar su actividad profesional dentro de su pueblo o estado nativos, deban o debieron, por falta de oportunidades, emigrar a otras tierras en busca de mejores condiciones de crecimiento.

Uno de estos casos de emigración en busca de mejores oportunidades, lo representó, a mediados del siglo pasado, quien lo dijera, el gran historiador jerezano Eugenio del Hoyo (1914 – 1989), quien, a pesar de tener ya un considerable camino recorrido como brillante catedrático e investigador en el Instituto de Ciencias de Zacatecas, e incluso con trabajos sobresalientes publicados, tuvo que emigrar a la ciudad de Monterrey, donde le ofrecieron sueldo y condiciones mejores.

Digámoslo, en términos harto ramplones, que el poderoso y solvente TEC de Monterrey le “pirateó” a Zacatecas el brillante historiador y catedrático Eugenio del Hoyo (“poderoso caballero es “Don Dinero”), ofreciéndole a éste “el Oro y el Moro” para que se trasladase a Monterrey a proseguir allá su carrera de historiador y catedrático.

La contratación de Del Hoyo por parte del Tec, sin duda representó para esta institución una estupenda inversión sobre la cual obtuvo dividendos sustanciosos, ya que, en esas tierras Regias, el profesor jerezano realizó imprescindibles estudios para la historia de Nuevo León, notablemente la “Historia del Nuevo Reino de León 1577- 1723”, que fue su obra cumbre.

Pero, volviendo al pasado, previo a la emigración de este notable historiador y catedrático a Monterrey, esta entrega está constituida por una brevísima revisión del valioso e interesante libro escrito por Del Hoyo sobre su natal Jerez, titulado “Jerez, el de López Velarde”, en el que su autor realizó un excelente análisis de lo que era nuestra ciudad y su sociedad a fines del siglo XIX y principios del XX, es decir, dentro del periodo del prolongado régimen absolutista del presidente Porfirio Díaz.

Curiosamente, en la descripción que Del Hoyo plasma sobre ese Jerez, aparentemente no se presentaban aquí las terribles condiciones de desigualdad social y de despotismo y abuso del poder público, causales principales del levantamiento revolucionario de Francisco I. Madero, sino que, nuestra ciudad, en ese tiempo, era una especie de ínsula, donde todo, o casi todo, discurría normalmente sin conflictos sociales y con armonía.

Consigna Del Hoyo que, en esa época, los doce mil habitantes de Jerez tenían, “todos ellos, un honesto pasar; la indigencia era escasa y la miseria casi desconocida. La clase media, …era, en su mayoría, gente acomodada, con casa y huerta propia y un ingreso constante bien asegurado…” Desde luego, había opulentos hacendados y ricos comerciantes que estaban ligados muchos de ellos entre sí por la amistad o el parentesco.

Reconoce Del Hoyo, sin embargo, que las preminencias y jerarquías de las diversas clases “se guardaban en pacífico y tácito acuerdo: vivían los señorones en torno a la espaciosa y linda Plaza de Armas o en las cuadras más céntricas de las calles de El Espejo y La Parroquia, y la clase media acomodada en la de el Santuario o en la de las Flores; en las serenatas y paseos del Jardín Grande, paseaban las familias distinguidas en torno al kiosco, la clase media por los andadores del jardín, y el pueblo y los rancheros de las cercanías,… por la amplia banqueta exterior…”

En las fiestas religiosas del santuario, “cada clase tenía, frente al templo, su lugar señalado por tradición secular, en las corridas de toros de las fiestas de abril, o en las funciones del Teatro Hinojosa, no había quien se atreviese a ocupar diferente localidad de aquellas que por su clase le correspondía…” Atribuye Del Hoyo al hecho de que estos usos y costumbres que se practicaban en el Jerez de entonces y que ahora son considerados como discriminatorios, “eran el reconocimiento de la natural jerarquía que tenía sus raíces hondas en la católica España y, quizá también, en la organización de castas del México precortesiano…” Respecto de la clase política que gobernaba Jerez, y de los nombres de los principales actores de la vida pública del Jerez de entonces,

Del Hoyo menciona, entre otros, a los siguientes: “Hombres dirigentes también, por sus negocios, por su prestigio y su decisiva influencia política, lo eran el acaudalado Luis Escobedo, adicto al régimen y de marcadas tendencias liberales, discretamente anticlerical y unido por estrechos lazos con los “jacobinos de la época terciaria” que por entonces gobernaban Zacatecas; el rico y desprendido hacendado don Manuel Amozurrutia y su hermano don José;… don José Brilanti, etc.; ellos decidían de las elecciones, ocupaban los puestos públicos y controlaban la situación política”.

Respecto de la solidaridad que existía entonces de las clases media y pudiente hacia los menesterosos, las clases “curras” conocían la función social de la riqueza: “Los Inguanzo, Sánchez Castellanos, Amozurrutia, Brilanti, Escobedo, cooperaban ampliamente con el municipio, creaban importantes centros de trabajo y su caridad se extendía amplia y generosa…Existía también el Hospital Civil, institución del Estado, pero que en realidad se sostenía con aportaciones privadas”.

Sin embargo, no todo era miel sobre hojuelas en este aparentemente idílico y utópico Jerez, ya que si bien sus mujeres son tenidas por Del Hoyo, en general, como virtuosas y ejemplares, no sucedía lo mismo con los varones: “Eran muchos los hombres ordenados y de ejemplar conducta; …pero la juventud y no pocos hombres en la plenitud de los años, solteros y casados, llevaban una vida disipada y azarosa: la embriaguez, el juego, la ira y la lujuria los arrastraba en su vértigo y los conducía al despilfarro, al escándalo, a la riña, al asesinato. Toda la región estaba sembrada de hijos naturales y de pobres víctimas de aquellos rijosos varones”.

Terribles contrastes, entonces, existían entre las conductas desplegadas por hombres y mujeres en Jerez, por lo que Del Hoyo resume lo que era la sociedad jerezana, al utilizar los versillos supuestamente pergeñados por un fraile franciscano, que tras de la visita de este último a Jerez, los utilizó para suplir el detallado informe que debía rendir ante sus superiores. Dicen estos versillos: “Esas gentes de Jerez, miel y veneno a la vez: todos son nobles sin título, todos ricos sin “haber”, “todititos” son parientes, y no hay dos que se puedan ver.