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Enfrentar al miedo.

Antonio Sánchez González.

Médico.

Como médico de adultos, a veces me corresponde dar malas noticias. A veces las palabras de los médicos alteran el curso de vidas una vez llenas de planes y aspiraciones.

La gente piensa que nos acostumbramos. Pero los médicos somos vulnerables a las heridas de nuestros pacientes, quizás porque absorbemos su sufrimiento y buscamos proporcionar esperanza en medio de circunstancias de malestar.

Hace meses, hubo una paciente que vino a mi oficina con una queja trivial. Le dolía la espalda. Pero un estudio de tomografía reveló múltiples lesiones que se habían extendido a través de su cuerpo de 40 años. Los tumores estaban en su espina dorsal, los huesos, los pulmones, el hígado, la vejiga y el cerebro. Los órganos sin evidencia de enfermedad eran una sorprendente excepción.

Todo esto apuntaba al cáncer. Pero el mismo diagnóstico también parecía improbable hablando de una mujer sin vicios que hasta el día antes de nuestra primera entrevista se encargaba del trabajo de su casa. Así que en el primer momento decidí centrarme en la búsqueda de enfermedades que parecen similares en las pruebas de imagen, pero que si son susceptibles de tratamiento.

Ella hizo lo mismo. Estableció teorías caprichosas sobre una infección durante mis visitas diarias. Y le acompañé en la negación a mí mismo acerca de lo desafortunado que podría ser su diagnóstico; traté de ser un médico dócil, abordando con ella la posibilidad de que no era algo tan benigno, con la esperanza -mi esperanza- de prepararla emocionalmente y establecer el contexto para las noticias indigeribles.

Desestimó mis sugerencias con estoicismo que no dejaba espacio para profundizar y el cáncer seguía siendo tema tabú para nosotros. Tal vez también yo lo prefería de esta manera.

La ineludible biopsia pronto reveló lo peor – mi paciente evidentemente tenía un cáncer. Una forma agresiva de cáncer conocida por su tendencia a diseminarse indiscriminadamente, por sus efectos devastadores y su mal pronóstico. Incluso mis opciones de diagnóstico más pesimistas antes de la biopsia no preveían una enfermedad tan agresiva. Y ahora era mi trabajo decirle a una mujer de 40 años que probablemente moriría en pocos meses.

Su diagnóstico me hizo tocar mi propia sensación de mortalidad. Si la juventud no era una protección –si no había ninguna razón para quien se enfermó fatalmente– entonces nadie está seguro. Mi deber de informarle me hizo admitir mi propia vulnerabilidad, y mis pensamientos de autopreservación empezaron a tener prioridad. Estuve unos minutos evitando su habitación, como si al evadir la conversación cambiaría su diagnóstico.

Los médicos no podemos escapar de estos escenarios caminando en círculos sin rumbo. Uno debe engañar los miedos propios, convertirlos en una expresión de humanidad y asumir estas responsabilidades. Después de todo, son partes de la vida y aunque uno va siendo testigo de una gran cantidad de sufrimiento en el curso del ejercicio profesional, yo, personalmente, me topé con un desacostumbrado escenario de compasión y simpatía por la situación de esta paciente. Traté de abrazar mi aprehensión como una virtud que facilitaría la curación en lugar de descarrilarla.

Escuchar mis palabras sería mucho más aterrador que decirlas. Mis propios temores fueron eclipsados por la enormidad de lo que estaba delante de ella, que era una vida ahora a merced del asalto de células enfermas y no de su propia voluntad. En este momento, sus temores eran más importantes que los míos.

Se sentó en la cama, preparada para escuchar noticias que confirmasen una enfermedad inofensiva y fugaz. Le dije que la biopsia mostró cáncer y me detuve, esperando a ver cómo respondía. La respuesta nunca llegó –hubo un silencio prolongado– y nerviosamente adoquiné palabras sobre opciones novedosas y prometedoras de tratamiento y del apoyo familiar.

Comenzaba a llorar, eventualmente, por su vida antes del diagnóstico, y por la incertidumbre que se avecinaba. Los pacientes siempre lo hacen. Y tuve que enfrentar nuestros temores colectivos juntos.