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El virus exhibe realidades

Jaime Santoyo Castro

La humanidad, que a lo largo de la historia ha sido capaz de remontar muchas dificultades, sigue inerme ante las fuerzas de la naturaleza y ni su conocimiento acumulado, ni el avance tecnológico, ni el poder, ni el dinero pueden detener el daño que está causando un microscópico virus que priva de la existencia y lesiona la economía al propiciar que todos nos escondamos y nos aislemos para evitar el contagio, como hace siglos sucedía con los leprosos.

A éstos, (los leprosos) les acercaban comida para evitar que murieran de hambre, evitando el contacto. Lamentablemente la historia se repite en nuestra era, y exhibe lo que, pese a las lecciones anteriores, no hemos aprendido: 

Las autoridades nos insisten en lavarnos las manos y no tocarnos la cara ni los ojos; estornudo de etiqueta, no escupir, no salir a la calle sin motivo esencial y evitar asistir a eventos masivos; guardar sana distancia, no consumir alimentos preparados sin medidas sanitarias, no automedicarse, etc. Todo ello nos corresponde íntegramente a la gente, y no es, (salvo algunas cuestiones de infraestructura), responsabilidad de los gobiernos. Es decir; nos recomienda hacer lo que responsablemente, como ciudadanos del mundo, debemos hacer siempre.

Pero cuando hay, como en el caso, una orden de la autoridad de no salir, de cerrar negocios, establecimientos y suspender actividades que son la vena económica de la sociedad y el medio para subvenir a sus necesidades, eso es otra cosa, que no debe hacerse sin resolver previamente la forma en que los asalariados van a recibir sus sueldos sin trabajar; la forma en que los empleadores van a pagar a sus  trabajadores sin recibir ingresos; la forma en que los trabajadores independientes, los no asalariados, vendedores ambulantes, etc.; va a obtener los medios de subsistencia, y ya ni pensemos en cómo vamos a cumplir las cargas tributarias. ¿Cómo le vamos a hacer si se cierra la llave de la generación de ingresos? Resolver estas inquietudes, sí es responsabilidad de los gobiernos.

La emergencia sanitaria es indudable; la orden de no salir y cerrar actividades no esenciales también es indudable. Pero ¿quién va a acercar la comida a los aislados? No se puede simplemente ordenar y a ver cómo le hacemos, porque así se provocará una gran desesperación social, que desembocará  en la comisión de delitos como medio de conseguir satisfactores.